En el estado de California, la meca de la comida saludable en Estados Unidos, cada día hay más personas que siguen a rajatabla una dieta que excluye todo alimento de origen animal para evitar su sufrimiento y proteger el medioambiente.
A diferencia de los vegetarianos, los veganos también evitan los huevos, los lácteos y la miel.
Según datos de la consultora Harris Interactive, en todo Estados Unidos hay entre entre 7 y 8 millones.
Los más sibaritas degustan todo tipo de refinados platos, como ensaladas a base de sandía, queso de almendras y pistachos tostados o flores de calabacín rellenas de ricota de macadamia.
Pero los adeptos de la comida basura vegana van en aumento, atraídos por propuestas fritas, empanadas o elaboradas con carne de soja. Incluso han comenzado a aparecer “Oktoberfests” adaptadas, inspiradas en la típica fiesta de la cerveza alemana pero con salchichas sin carne.
En una feria especializada situada en Anaheim, al sur de Los Ángeles, es complicado encontrar un plato con quinoa, uno de los cereales más populares de esta dieta.
Lori Whitaker, una esbelta rubia de 54 años, hace cola para comprarse una pizza.
“Me gusta la comida basura”, afirma, encantada de que la aparición de este movimiento gastronómico acabe con el mito de que los veganos solo comen apio y zanahorias.
Jessica McCully, de 28 años, lleva en su mano un apetecible taco de falso pollo, una de sus debilidades desde que se “convirtió”.
“Al principio cuesta resistirse a toda esta comida vegana no muy sana”, cuenta, pero desde que su novia la convenció de modificar sus hábitos alimenticios hace ahora dos años, se siente “con más energía y más feliz”.
En la tienda Donut Farm, situada en el barrio angelino de Silver Lake, huele delicioso. Pero Chris Boss, uno de los dependientes, asegura que sus ricas rosquillas de té verde o caramelo con sal hechas con leche de coco “siguen siendo bolas de pasta frita azucaradas y con muchas calorías”.
De todas formas, defiende que esta versión de donuts veganos son más sanos que los normales, ya que “no contienen ni ácidos grasos ni colesterol”.
La importancia de la transición
“La gente se vuelve vegana por el horror que despierta la agricultura industrial y por compasión hacia los animales, pero el simple hecho de comer vegano no significa que sea sano”, explica la fundadora de la revista y spa LifeFoodOrganic, Annie Jubb, una de las figuras claves de este movimiento en Los Ángeles.
Esta ultraortodoxa de la dieta, que solo come alimentos crudos, reconoce que ha caído más de una vez en la tentación.
“A veces me pido una bandeja de puré y salsa de champiñones” de Real Food Daily, otro templo del veganismo en la ciudad, que ofrece “falsas” costillas con salsa barbacoa y burritos sin carne.
Los seguidores de esta dieta tienen muchos platos que escoger en Café Gratitude, un pequeño imperio de restaurantes de comida orgánica, donde triunfan los bocadillos de “chorizo” vegetal y batidos de chocolate gigantes.
Ryland Engelhart, uno de sus propietarios, cuenta a la AFP que es difícil que los nuevos fieles “pasen a un régimen exclusivo a base de ensalada de fideos de algas con brotes de soja”.
La comida basura, en su opinión, “transmite una sensación muy familiar de saciedad, pero un poco más sana”.
Estos expertos insisten en que la carne de soja frita está lejos de ser dietética. Su popularidad no ayuda a los nuevos seguidores a completar su transición hacia el veganismo, al contrario, favorece que sigan queriendo comida basura.
El grupo Café Gratitude ha comenzado a explorar recetas más “medicinales”, como los cócteles con aceite esencial de cannabis en sus restaurantes mexicanos Gracias Madre, para aprovechar sus “propiedades euforizantes y antiinflamatorias”.
“Al fin y al cabo, nuestros menús se hacen con plantas, ¿no?”, dice Engelhart con una amplia sonrisa.