POR VERÓNICA KLINGENBERGER@vklingenberger
Lo que verás es un pedazo de humanidad contenido en un muñeco. Y el pedazo no es pequeño ni ligero, es más bien una buena muestra de nuestra versión más oscura y desesperada. Tal vez por eso, también más humana. Charlie Kauffman (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Adaptation: El ladrón de orquídeas, ¿Quieres ser John Malkovich?, Confesiones de una mente peligrosa) ha vuelto con una nueva historia, Anomalisa, película animada en stop motion que codirige con Duke Johnson.
El guion es Kauffman en una versión madura y sin exceso de adornos. Michael Stone, el protagonista, es el autor de un bestseller de autoayuda titulado ¿Cómo puedo ayudarte a ayudarlos? y que está enfocado en el servicio al cliente. Pero detrás del celebrado escritor -que recomienda atender al consumidor con una sonrisa, aun cuando se trate de una llamada telefónica- se esconde un tipo en sus 50, casado, con un hijo pequeño, al que ya nada lo ilusiona ni motiva. Tan es así que para el señor Stone (¿de piedra?), todos los humanos somos un molesto murmullo, una cháchara vacía que resulta extenuante de escuchar una y otra vez. Para representar eso, Kauffman le da la misma voz a todos los personajes de la película. A todos menos uno: Lisa. La anomalía que lo hace volver a creer que la felicidad es una posibilidad.
Anomalisa es un retrato de la depresión y de la necesidad de conectar. Es una depresión funcional, de esas que permiten que Michael se levante de la cama y tome un vuelo de Los Ángeles a Cincinnati para dar una conferencia sobre el libro que acaba de escribir.
Y hace bien Kauffman en elegir el contexto donde se desarrollará su historia porque pocas experiencias son más solitarias que un viaje de negocios: el cuarto del hotel con el ruido constante del frigobar, la botellita de vodka que se sirve para acompañar su tabaquismo, su impulsiva y culposa decisión de telefonear a una ex a la que abandonó hace muchos años e invitarla al bar del hotel para proponerle algo indebido y verla alejarse igual de molesta que la última vez que la vio. Todo sigue el curso gris de la vida adulta hasta que escucha una voz de mujer, la voz de Lisa.
Anomalisa es también una película sobre lo difícil que resulta estirar la verdadera conexión con otra persona, y es en ese punto que el deseo sexual y la consumación de ese deseo son un rasgo fundamental y distintivo en ella. La densa atmósfera que logra construir entre Michael y Lisa en la habitación del hotel quita un poco el aliento: la complicidad, la entrega total de los dos personajes, cada uno con su propio pasado, con sus inseguridades y particularidades, el momento en que él la convence de que cante y ella, después de negarse un rato, elige una canción de Cindy Lauper que suena más tierna que nunca y lo conmueve a él y de paso a todos nosotros. El miedo de sentarse cerca, la valentía y arrebato que están detrás del primer beso y una escena sexual entre dos muñecos que es lo más humano y real que he visto en mucho tiempo (dicen que Kauffman tardó seis meses en lograrla).
Aún así, Anomalisa no es una historia de amor, ¿o sí? En todo caso, es una historia sobre nuestra capacidad de amar y sobre nuestra incapacidad de amar y lo increíble (además del guion, de los diálogos, ¡de que esté en nuestra cartelera!) es que dos muñecos sean quienes reflejen nuestras miserias y grandezas.