ELOY JÁUREGUI Desde La Habana 1.- Un domingo en La Habana es una epifanía sagrada del gozo, como decía Lezama Lima. Esta vez no. En el reparto del Vedado, esa suerte de Miraflores con Barranco limeño donde vivo, la edición de los diarios del domingo no se vendían en los puntos habituales. Tuve entonces que dirigirme a La Habana Vieja, el centro histórico infestado hoy de turistas europeos y, al fin, los pude adquirir. Las ediciones de Tribuna de La Habana (Órgano del Comité Provincial del Partido) y del Granma (Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba) solo tratan en sus contenidos de la figura de Fidel Castro. Y está bien. En las 16 páginas de cada uno hay perfiles y semblanzas de su trascendencia, una que otra directiva y el plan desde este lunes a partir de las nueve de la mañana para el acceso al Memorial José Martí, para rendir tributo al Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, así está escrito y descrito. Desde el domingo hay una orden tácita que todos cumplen sin chistar. Se prohíbe el expendio de bebidas alcohólicas. He preguntado a mozos y barmans de dónde vino la ordenanza y nadie me explica la razón. Sin embargo, en los cientos de restaurantes y cantinas del centro histórico, este domingo no se vendió ron, vino ni cerveza. Es común ver en La Habana a policías en parejas un tanto invisibles y muy parcos en su trato. Un amigo me cuenta que hay otro sistema de seguridad que todo lo ve y todo lo sabe. Por ello los gendarmes de esta ciudad, como distraídos por aquí y por allá, pasan desapercibidos y en La Habana Vieja la vida continúa a pesar de los nueve días decretados como duelo nacional.
2.- En la Calle Obispo, la vía peatonal más comercial de la zona, todas las tiendas abrieron el domingo por la tarde, aunque en comparación con otros días, les falta su signo y sonido tradicional, la decena de grupos musicales que interpretan -y muy bien- sones, guarachas y boleros. Algo me llama la atención: la cantidad de arreglos navideños. No recuerdo haber visto antes arbolitos con lucecitas y esos copos brillantes. Hay estrellas, copos de nieve, solo falta Papá Noel. Luego, en todos los bares y ‘paladares’ (sitios de menú) se ofrece lo mismo: mojitos, cubas libres, aunque en las cartas hay un nuevo plato estrella: ‘cebiche peruano’. Lo siento, no lo pediré jamás. Cuando hablo con uno y otro cubano, grandes y chicos y, sobre todo, con mujeres maduras, que es lo mío, nadie se refiere al lí- der fallecido como ‘Fidel’. Todos dicen ‘el comandante’ o ‘mi comandante’. En la Plaza de Armas existe desde siempre una feria de libros usados y otros objetos de valor. Amadeo, mi viejo amigo, me ha conseguido algunas ediciones que por andar enamorado presté y jamás me devolvieron, como mi corazón. Al fin, en La Habana de hoy, me han devuelto mis joyas: literatura varia, música en ideas y vinilos, poesía rotunda y, sobre todo, la dignidad y valentía de los cubanos.
3.- En el Perú, incluso antes de la revolución de Velasco, mi padre había puesto de moda la guayabera. Sí, esa camisa amplia de 4 bolsillos con pliegues verticales. Nadie supo dónde las compraba o si acaso él mismo las mandaba a confeccionar. Cierta vez, en los años 70, cuando yo era un pelucón que me computaba Carlos Santana, mi padre me regaló una guayabera de color crema. Dijo, para que ames a Cuba y a toda su cultura. Yo me la ponía una que otra vez y le decía que la guayabera no era lo mío. No se molestó, pero ya no fue el mismo. Ayer domingo, en La Habana, me he comprado una guayabera igual. Hoy la luzco con orgullo, emoción y recuerdo. Seguro que ya también no seré el mismo.
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