La ceremonia oficial y más importante era la ceremonia del besamanos, que se realizaba el 1 de enero, el primer día del año. Cuando el presidente de la República en 1920 era Augusto Bernardino Leguía, recibía en Palacio de Gobierno, por la tarde, por motivos que todos entendemos, al cuerpo de diplomáticos y ‘a los altos jefes y oficiales del ejército y la armada’.
Otra celebración que ya no va más y tenía el velo de la buena voluntad se conocía como la Fiesta de la Flor. Se trataba del recorrido de grupos de mujeres que llevaban sobre el pecho una blanca flor (y los hombres en la solapa), por las calles de la ciudad de Lima cada 30 de diciembre, ‘ofreciendo flores y sonrisas al transeúnte a cambio de un pequeño óbolo destinado a socorrer a los niños desvalidos.
¡Quién iba a resistir el encanto y la gracia de estas limeñas adorables que entre dos fox-trots encuentran tiempo para cumplir la divina misión de caridad?’, recuerda la edición del semanario Variedades del 3 de enero de 1920.
Eran tiempos en los que no existían los derechos para la niñez. La Fiesta de la Flor era una iniciativa de la Sociedad Protectora de la Infancia y todos ponían la mano en el bolsillo para ayudar a los niños.
‘Los niños pobres han tenido para su causa unas abogadas irresistibles; todos sin excepción; viejos y jóvenes, ricos y pobres, el intelectual y el obrero, el ‘entalladito’ del Palais, el industrial, el magistrado y el militar, cooperaron con su óbolo, felices de contemplar sobre los labios de las graciosas ‘colectoras’ la más dulce de las sonrisas.’, decía Variedades.
Y ese fines de 1919, los niños huérfanos, que no eran pocos, salieron a pasear por la ciudad hasta la hacienda Orbea, en los automóviles cedidos por la Sociedad de Chauffeurs. Recibieron juguetes, pastas y bombones. Y luego, al año siguiente, tendrían almuerzo en el restaurante del Zoológico de Lima.
Eran otros tiempo de la ciudad y balnearios, cuando Miraflores, Bellavista, Barranco y Chorrillos eran pueblos pintorescos, donde se organizaban fiestas que eran buenas para salir de la monotonía limeña.
En la provincia del Callao, el 30 de diciembre de 1920, se inauguró con presencia del presidente de la República, el teatro Ideal en la plaza Casanave. Tenía capacidad para 4,000 personas.
Deportes
En la Lima de aquel entonces estaba de moda, además de las carreras de caballos en el Hipódromo de Santa Beatriz, los torneos de tiro entre escolares, como el que organizaba la Inspección de Instrucción del Concejo Provincial de Lima.
Tampoco la fiesta taurina se limitaba a octubre. Se daban los domingos los ‘cuartos de sombra’, donde la estrella del Año Nuevo de 1920 fue el torero español José Gómez Ortega, ‘Joselito’ (quien fallecería ese mayo de una cornada, en Madrid).
‘Joselito’ ya hacía publicidad y recomendaba el jerez Solera del 42, igual que Juan Belmonte, torero que llegaría en las fiestas de fin del año siguiente para mostrar en Lima sus verónicas, adornos y afaroladas.
Hablando de marketing, la moda del verano del 20 serían los jersey de seda, ‘suelto, flexible, ondulante, que se adapta admirablemente bien a la silueta y a las formas’. Y ese verano, con 20 años, Quispez-Asín era una promesa interesante de la plástica nacional.
Contra las resacas
Eran tiempos de Terpsícore y Euterpe -musas de la danza y la música instrumental, respectivamente- y la publicidad recomendaba para los dolores de cabeza tras la farra de esas fiestas de fin de año dos tabletas Bayer de Aspirina y Cafeína para hacer desaparecer ‘el vértigo y la fatiga’.
Y si quería mantener la buena salud se recomendaba tomar a diario Sal Hepática, de Brystol-Myers, y el Sanatogen era el tónico nutritivo que en mundo había ‘derrotado la anemia, nerviosidad, dispepsia, fiebres y debilidad en general’, decía su publicidad.