Por André Suárez
Pasear de noche por el cementerio Presbítero Matías Maestro en Barrios Altos, Cercado de Lima, es una mezcla de valentía y una gran oportunidad para conocer el pasado según las costumbres mortuorias de los antiguos limeños.
Inaugurado el 31 de mayo de 1808 por el virrey Abascal, el camposanto reúne un total de 766 mausoleos y 92 monumentos históricos que resumen la arquitectura más exquisita del siglo XIX. Según el historiador José Bocanegra, el primer entierro que tuvo lugar en el cementerio es recordado por una macabra anécdota.
“El primer entierro que iba a realizarse en el Presbítero Maestro debía ser el del arzobispo español Juan Domingo Gonzales de la Reguera. Un día antes, mientras realizaba los trabajos finales para la inauguración, un pintor llamado Francisco Acosta tuvo un accidente y murió en el cementerio. Él debió ser enterrado primero, pero las autoridades decidieron esconder el cuerpo hasta que se enterrara a Arzobispo. Una vez realizado el primer sepelio, ya se pudo dar cristiana sepultura a Acosta”.
Las obras de reconocidos escultores europeos y peruanos, como Louis Ernet Barrias, Ulderico Tenderini, Romano Espinoza y Artemio Ocaña, adornan lo que expertos destacan como el primer cementerio monumental de América Latina.
Además de guardar los restos de la vieja nobleza peruana, unos 300 soldados caídos durante la guerra contra Chile descansan en la Cripta de los Héroes, junto a Francisco Bolognesi y Miguel Grau. Los escritores Ricardo Palma, Abraham Valdelomar, así como el poeta José Santos Chocano, único personaje enterrado de pie, entre otras personalidades, también tienen un espacio en el camposanto.
Caminar en plena oscuridad, como decía al principio, por el cementerio hace que más te embargue la curiosidad que por las historias de terror hollywoodenses. Las pequeñas estatuas, así como los escenarios tallados en un solo gran bloque de mármol, hacen que uno se sienta acompañado a lo largo del recorrido por el legado de la era republicana.
Resulta curioso, incluso, ante el ambiente perfecto para una película de terror, que un 4 de noviembre de 1917, José Carlos Mariátegui y la bailarina rusa Norka Rouskaya tuvieran el tino de hacer un escándalo que es recordado hasta hoy en día. En la antigua avenida principal, Rouskaya bailó semidesnuda la Marcha fúnebre de Frédéric Chopin, un espectáculo estrambótico propio de los cuentos de Edgar Allan Poe.
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