“Todos los hombres son infieles’, ‘necesito enfocarme en el trabajo’, ‘a esta edad nadie va a quererme…’, ¿te suena alguna? Son frases que fácilmente se transforman en excusas para no buscar pareja. Conversamos con la psicoanalista Constanza Michelson, autora del libro ‘Cincuenta sombras de Freud’, para ahondar en estas situaciones que nos dejan paralizadas o con una gran muralla alrededor. ‘Algunos quieren vivir como en una capilla, sin exponerse a situaciones sociales. Exponerse genera dificultades y algunos le hacen el quite a eso. No sé si es boicotearse o más bien refugiarse. También pueden tener miedo o estar cómodos’.
HAY QUE TOMAR RIESGOS. El trabajo funciona bien como excusa para una serie de instancias, incluida el amor: ‘Quiero crecer en el trabajo’, ‘estoy muy cansada para salir’, ‘no tengo tiempo para el amor’. Para Constanza es simplemente una gran excusa. ‘Hay que tomar riesgos, porque las relaciones involucran riesgos, aunque no todos están dispuestos a correrlos. Nos exponemos al rechazo, a que no resulte y a sufrir. Exponerse implica hacer todo un trabajo con uno, porque pone en una bandeja su ego. Algunos le tienen miedo a eso; otros, los eternos seductores, le hacen el quite a engancharse en una relación porque la dependencia amorosa también les da miedo. Esto último pasa en ambos sexos, pero lo he escuchado más desde el lado masculino’.
AMPLIAR EL CÍRCULO. No existe edad para conocer nuevas personas, más ahora con las redes sociales. El círculo se puede ampliar si te lo propones. Quizás solo necesitas limitar tu jornada laboral o buscar una actividad que te guste, donde asistan más personas. ‘Genera posibilidades saber que hay gente como uno que quiere conocer a otros. Aunque también puede generar ansiedad, por ejemplo, estar en Tinder: te preguntas si te siguió hablando o si el otro te decepcionará. Se replican las mismas dificultades que en la escena social. Cuando te expones al mercado genera ansiedad, pero da más posibilidades también’, asegura Michelson.
ANSIEDAD POR LA INMEDIATEZ. Queremos que las relaciones se den de forman mágica, casi instantánea, que se desenvuelvan de forma pulcra, sin mancha, ¡pero no siempre es así! ‘Incursionar con alguien implica muchas etapas, no es automático y nos saca de una zona de comodidad porque se debe hablar, ‘hacerse el lindo’. Hay que acostumbrarse a que existen acciones que se hacen con miedo y está todo bien. Ahora estamos inmersos en una serie de discursos que satanizan esas cosas: te venden la pomada que uno debe exponerse con mucha seguridad y nada que ver. Muchas cosas en la vida uno las hace con susto y hay que hacerlas igual no más. Estamos todos asustados, unos más y otros menos’.
EL TEMIDO RECHAZO. Podemos pensar que un rechazo puede resultar hasta traumático, y quizás por esa razón optamos por no exponernos. ¿Será para tanto? ¿Debe ser todo perfecto? ‘Esa idea de perfección ni siquiera es romántica, sino que tecnocrática contemporánea. Con esa frase de ´las cosas deben salir bien´, se entiende una tolerancia cero al dolor, a los grises, a la incertidumbre, hacer las cosas cojeando. El discurso contemporáneo, las tecnologías del yo, te dicen ‘supérate, empodérate, eleva tu autoestima’, pero generan una fantasía de un súper rendimiento y por eso la gente se deprime tanto. Cualquier fracaso lo lee como una enfermedad. Los que se atreven piensan ´me van a rechazar, algunas opciones me aceptarán y otras no´. Las cosas hay que hacerlas medio cojeando’.
CUANDO PASAN LOS 40. ¿Por qué tenemos la idea que el amor ideal siempre se da entre personas jóvenes? El amor ocurre a cualquier edad, incluso, en la tercera edad. Otros se excusan en la idea de que es sumamente difícil encontrar una pareja ‘normal’ cuando pasan los 40. Frente a este punto, Constanza piensa que las relaciones fluyen mejor después de esta década. ‘El mercado más cruel del mercado del amor está antes de los 40. En el fondo, entre los 20 y 40 existe la fantasía de elegir a alguien para formar familia, aunque las nuevas generaciones no piensan así. Sin embargo, es una expectativa que está muy presente. Esa expectativa no permite fluir con los otros, porque uno está eligiendo para algo, te pasas rollos de antemano, piensas que quizás él puede ser el padre de tus hijos, pero quizás será simplemente una historia o una historieta’.
No deja de lado a los hombres. La erótica masculina muchas veces está cruzada por esta idea de gozar con un tipo de pareja y otra para presentar en la casa. ‘Todavía aparece esa idea anacrónica, todavía está presente en la elección de pareja. Hay una especie de crueldad y de ansiedad que provocan obstáculos que no permite fluir en las relaciones amorosas.
Después de los 45, cuando ya tuviste hijos o ya no los va a tener, hay algo que se relaja. Un montón de gente se muestra más relajada cuando conoce gente a esa edad, lo pasan mejor, eligen libremente, no tienen el peso de las expectativas encima’.
LA RELACIÓN CON MI CUERPO. ‘Soy muy chica, soy muy gorda, soy muy fea, soy muy vieja’. Muchos ‘muy’. ¿Y qué pasa con los ‘muy’ positivos’? Se quedan bien guardados. Para la psicoanalista, la belleza representa un mercado gigante y una industria millonaria, pero va más allá. ‘En la cultura aún el lugar de la mujer es la mirada del hombre y las mujeres nos miramos desde esa mirada masculina también. No es que efectivamente las más bonitas puedan obtener amor, eso es mentira. En la primera parte de la seducción el sentirse más cómoda o no con el propio cuerpo efectivamente genera una manera de estar el mundo que es más atractiva que otra, pero insisto que no tiene que ver con la belleza. Estamos tan cruzados con el discurso de la belleza que genera mucha inseguridad si no cumples con las expectativas que las mujeres tenemos de nosotras mismas.
La gente por muy bonita que sea, se puede transformar en alguien muy esclavo de la imagen y difícilmente llegue a profundizar porque siempre querrá ser mirada. Al estar atrapado en eso, no se genera reciprocidad en las relaciones. El hombre también quiere ser mirado. En definitiva, la relación que uno tenga con su belleza marca la diferencia; lo que importa es cómo uno lleva el cuerpo’.
Por Carolina Palma Fuentealba / Nueva Mujer
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