‘Octubre psicodélico’, por Verónica Klingenberger

“Así empezó de verdad la primavera, el martes pasado, con la presentación de of Montreal en el Centro de Convenciones de Barranco”

Kevin Barnes es un músico sorprendente en todo sentido. Su voz es comparable a las mejores de la música pop y verlo en vivo comprueba su desbordada admiración por Prince: su altísimo rango y ese paso tan casual de graves a agudos dejaría boquiabierto hasta a Roy Orbison (Rolling Stone dijo que parecía Freddie Mercury en helio). Pero Barnes no solo es capaz de cantar como un tenor o un castrato, también es un compositor brillante y un performer que intercambia pelucas y panties, y da de brincos en minifalda y tacones a los 44 años.

Así empezó de verdad la primavera, el martes pasado, con la presentación de of Montreal en el Centro de Convenciones de Barranco. Un cóctel excitante de música, arte y teatro, esta banda de Athens (Georgia) -ciudad en la que nació REM y crecieron los B-52S- nos espabiló por poco más de una hora.

Of Montreal tiene 22 años, y aunque Barnes es el único miembro que se ha mantenido desde el comienzo, siempre ha tenido músicos que le siguen la fiesta sin desafinar su peculiar desafinamiento. La banda que vimos en Lima está compuesta por Clayton Rychlik (batería, teclados, guitarra y bajo), Jojo Glidewell (teclados y coros), Davey Pierce (batería) y Nicolas Dobbratz (teclados, percusión, bajo y guitarra) y sonó más que bien a pesar de las limitaciones del espacio.

Pero of Montreal es Barnes y a él hay que volver siempre. A ese chiquillo de 13 años en Grosse Pointe, Michigan, que escuchaba Mötley Crüe y tocaba la batería. Esa influencia del rock más adolescente y divertido se enrolla con un pop psicodélico y glam, de melodías hermosas que se enrarecen casi siempre. Y te hace sentir como si estuvieras bailando con una Dorothy altísima y sin depilar, que ha mezclado antidepresivos con champagne, todo sobre un pegajoso charco de escarcha, sangre y otro tipo de viscosidad. Sus letras, también complejas, intercalan narraciones alucinadas e historias personales.

Hay una densidad artística en of Montreal que se ve poco en el mundo del pop. Es la suma de su formación, inspirada por artistas como Dylan Thomas y Sylvia Plath, The Kinks, los Beatles, los Stones, Os Mutantes o Brian Wilson; de haberse formado en una ciudad intensamente musical como Athens; de su personalidad maniaco-depresiva y la medicina que toma; y de la libertad que encontró en ese alter ego descontrolado al que ha bautizado como Georgie Fruit, que describe como un blusero negro de los 70 que terminó preso y se volvió mujer. Pero Of Montreal -con 15 álbumes de estudio y varios EP grabados- es, sobre todo, una de esas bandas que se mantiene a un lado, pero al alcance, siempre auténtica y enigmática, fiel a su propia voz.

Sus presentaciones en vivo son un viaje a otro planeta. Y aunque la del martes haya sido austera -suelen usar pantallas gigantes, utilería surrealista, enormes muñecos-, fue suficiente para hacernos bailar deslumbrados. Es probable que la luz más intensa brille a todo color y nos dé ánimo hasta que llegue el verano.

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