LOS PATIOS, Colombia (AP) — Arbelys Briceño fijó la mirada en la sopa de pollo que tenía delante suyo en un contenedor de plástico. Era la primera comida caliente que disfrutaba en días. Comenzó a comerla lentamente y luego aceleró al ritmo. Aceptó el ofrecimiento cuando el personal de un comedor popular le preguntó si quería repetir.
Llevaba ocho días viajando de Venezuela rumbo a Perú, un país que esta niña de 14 años no podía ubicar en un mapa, que su hermano mayor eligió como destino. Tenía las piernas llenas de picaduras de mosquitos. El rostro quemado por el sol.
“Es como si estuviésemos de vacaciones, pero caminando bastante”, comentó Arbelys, mostrando una actitud más optimista que la de la mayoría de sus compatriotas que le escapan a la pobreza en su otrora próspero país.
Unos 6,8 millones de venezolanos se fueron de su patria, de 28 millones de habitantes, desde que se agravó una crisis en el 2014. La mayoría partieron a otras naciones de América Latina y el Caribe. Hay más de 2,4 millones en Colombia, donde Arbelys y su hermano hacen una escala.
El éxodo disminuyó durante la pandemia del coronavirus, que redujo las oportunidades económicas y complicó los viajes de un país a otro. El gobierno venezolano, por otro lado, adoptó reformas que contuvieron un poco el deterioro económico y generaron por momentos la sensación de una recuperación.
En el peor momento de la pandemia volvieron unos 150.000 venezolanos, según estimados de las Naciones Unidas. Y algunos países receptores reportaron una merma en la cantidad de migrantes venezolanos por primera vez en años.
La emigración, no obstante, volvió a tomar fuerza. Al menos 753.000 venezolanos se fueron a países de América Latina y el Caribe desde noviembre, de acuerdo con informes de los países receptores, a pesar de que el gobierno de Nicolás Maduro habla de un crecimiento económico. Colombia, que no actualizaba sus cifras desde noviembre, reportó la llegada de unas 635.000 personas entre ese mes y agosto.
Cuando llegaron a Colombia, Arbelys y su hermano habían caminado 600 kilómetros (370 millas). Ella no había podido dormir una sola noche completa. Pasaron una noche en una acera en la que había muchos ruidos. Se resbaló y se cayó dos veces caminando por un camino embarrado al cruzar la frontera.
Su hermano, que hacía este recorrido por segunda vez, sabía que no debía permitir que el sol le diese en la cara y usó mucho protector solar, que le dejó marcas en la frente.
Afuera del comedor popular de Los Patios, a 7,5 kilómetros (4,5 millas) de la frontera, los migrantes se amontonan alrededor de una mesa al aire libre cuando se abren las puertas.
Se habían enterado de la existencia del comedor a través de amigos y de otros migrantes. Funcionan dos comedores en los que se preparan hasta 150 litros (40 galones) de sopa por comida.
Jhon Álvarez, coordinador de la Fundación Nueva Ilusión, dice que ve cada vez más gente conocida en el comedor.
“La gente está retornando de otros países — Chile, Perú, Ecuador, Bolivia — nuevamente a Venezuela, pero a los 15 días o el mes no aguantan" y vuelven a irse, comentó Álvarez.
Cuenta que le dicen que les “tocó regresar porque la situación sigue igual o peor. Sí, subieron el sueldo, pero no hay trabajo”.
El 48% de los migrantes consultados por una red de organismos de ayuda mencionaron la falta de empleos y los bajos salarios como la principal razón por la que se fueron de Venezuela. Un 40% habló de las dificultades para conseguir comida y servicios básicos, según la oficina de Venezuela del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas.
Maduro tomó medidas para contener el deterioro económico, incluido el cese de estrictos controles de las divisas extranjeras, lo que en la práctica hizo que se comenzase a usar el dólar en lugar del bolívar venezolano. Esto acabó con un ciclo de años de hiperinflación y ayudó a reducir una escasez crónica de productos.
En Caracas abrieron restaurantes, tiendas de bienes importados, gimnasios y otros negocios. Maduro afirmó hace poco que la economía creció un 17,4% en los primeros tres meses del 2022. Venezuela, no obstante, sigue teniendo uno de los índices inflacionarios más altos del mundo y unos tres cuartos de la población viven con menos de 1,90 dólares por día, lo que representa un nivel internacional de extrema pobreza. Mucha gente no tiene acceso a agua potable ni a electricidad.
“La esperanza es lo último que se pierde, pero por el momento no hay” nada de eso, dijo Frank Fernández en el comedor popular, mientras trataba de contactar a su familia para dejarle saber que había llegado a Colombia junto con un hermano. Se dirigían a Chile, donde Fernández trabajó cuatro años antes de volver a probar fortuna en Venezuela.
Fernández, de 19 años, ganaba 43 dólares diarios trabajando en la construcción en Chile. En Venezuela lo único que consiguió fue un empleo limpiando los vidrios de los autos en una gasolinera.
Él y su hermano caminaron hasta 40 kilómetros (25 millas) diarios hasta llegar a Colombia por uno de cientos de caminos polvorientos de la frontera.
Información recopilada por la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes, con datos de unas 200 organizaciones humanitarias, indica que los gobiernos registraron la llegada de 753.000 migrantes, refugiados y personas que buscan asilo provenientes de Venezuela desde noviembre en 17 países de América Latina y el Caribe.
Los datos de la plataforma revelan asimismo que la población total de venezolanos que residen en esas naciones mermó levemente durante un tiempo el año pasado, de 4.620.185 en enero a 4.598.355 en julio.
Las estadísticas de la plataforma no incluyen a todos los migrantes ya que algunos países no llevan la cuenta de las personas que están en su territorio sin permiso. Tampoco tiene las cifras de Estados Unidos y otras naciones.
Los confinamientos por la pandemia y el cierre de fronteras empujó a los migrantes a ensayar rutas más peligrosas. México impuso hace poco el requisito de visas para los venezolanos, que ahora, en lugar de volar a un país fronterizo con Estados Unidos, a menudo cruzan América Central a pie, atravesando el Tapón de Darién, una selva sin carreteras entre Colombia y Panamá, donde deben enfrentar robos, ríos crecidos, un terreno escarpado y animales salvajes.
El gobierno panameño dijo que 45.000 venezolanos habían entrado a su territorio por ese camino en lo que va del año, comparado con 3.000 el año pasado.
Arbelys, la 13ra de 14 hermanos, dijo que no sabía si podría inscribirse en una escuela en Perú. Tampoco sabía dónde viviría una vez allí.
Una trabajadora de un organismo de ayuda en un albergue cerca de la frontera le habló de los peligros que enfrentaría en el resto de su viaje.
“Mis hermanos me dicen que no me va a pasar nada”, expresó Arbelys. “Por el camino a veces me da miedo porque (la trabajadora humanitaria) también me habló de la trata de personas y de cómo engañan (a la gente)”, comentó. “Yo soy muy confianzuda, por eso me da algo de miedo”.