Angel Hope miró el examen de matemáticas y se sintió perdido. Se acababa de graduar como uno de los mejores de su generación de la preparatoria y había obtenido becas de prestigiosas universidades. Pero en esta prueba —un examen de la Universidad de Wisconsin que evalúa lo que los nuevos estudiantes aprendieron en secundaria— todo lo que pudo hacer fue adivinar.
Era como si las secuelas de la pandemia lo alcanzaran de golpe.
Casi una tercera parte de los estudios de preparatoria de Hope los pasó en casa, en clases virtuales que eran difíciles de seguir y fáciles de dejar de lado.
Algunos días faltaba a la escuela para hacer horas extra en su trabajo. Otros días jugaba con sus hermanos. Y a veces se quedaba en la cama.
El álgebra recibió muy poca de su atención, pero sus profesores seguían otorgándole buenas notas debido a que la escuela fue indulgente.
“Era como si la escuela fuera opcional. No era algo obligatorio”, dijo Hope, de 18 años, de Milwaukee. “Siento que no aprendí nada en realidad”.
En todo el país hay innumerables personas como él. Cientos de miles de recién egresados de nivel medio superior se incorporan a la universidad este año luego de haber pasado más de la mitad de sus estudios de preparatoria lidiando con los trastornos de una pandemia.
Tuvieron una transición brusca al aprendizaje en línea, y sufrieron las tensiones derivadas de la falta de profesores y profundos trastornos en su vida familiar. Además, se cree que muchos de ellos están muy atrasados en su formación académica.
Los expertos en educación afirman que las universidades podrían ver un aumento en el número de estudiantes que no están preparados para las exigencias del nivel universitario.
Comenzar con retraso puede aumentar el riesgo de abandono escolar. Y eso puede repercutir en todo, desde los ingresos a largo plazo de una persona hasta la salud de la fuerza laboral del país.
La magnitud del problema se hizo evidente para Allison Wagner mientras revisaba las solicitudes del programa de becas All-In Milwaukee, que proporciona ayuda financiera y asesoramiento universitario a los estudiantes de bajos ingresos, entre ellos Hope.
Wagner, directora ejecutiva del grupo, vio un número sorprendente de estudiantes a los que se les dio permiso para pasar la mitad de la jornada escolar trabajando en empleos de medio tiempo en su último año, a menudo en cadenas de comida rápida o en tiendas de comestibles. Y vio más estudiantes que nunca que no tomaron clases de matemáticas o de ciencias en su último año, generalmente como resultado de la escasez de profesores.
“Tenemos muchos estudiantes que llegan a la universidad con deficiencias académicas”, dijo Wagner. “No hay forma de que estén preparados académicamente para el rigor de la universidad”.
El grupo que dirige está aumentando el presupuesto para clases particulares y pagando las matrículas de los estudiantes del programa que asisten a clases de verano de matemáticas o ciencias. Aun así, teme que los contratiempos obliguen a algunos estudiantes a tardar más de cuatro años en graduarse o, peor aún, a abandonar los estudios.
“Los riesgos son muy altos”, dijo.
Para los investigadores, está claro que la enseñanza a distancia provocó retrocesos en el aprendizaje, más acentuados entre los estudiantes hispanos o en los de raza negra.
Para los estudiantes más jóvenes, todavía hay esperanza de que las escuelas de Estados Unidos puedan acelerar el ritmo de la enseñanza y reducir las brechas en el aprendizaje. Pero para los que se han graduado en los dos últimos años, los expertos temen que muchos tengan dificultades.
Anticipándose a las necesidades más acuciantes, las universidades han ampliado los programas “puente” que imparten clases en verano, en muchos casos para estudiantes de bajos ingresos o para aquellos que son los primeros de su familia en asistir a la universidad.
Estos programas, que antes se consideraban de orientación, están adquiriendo un carácter más académico y se centran en las matemáticas, las ciencias y las técnicas de aprendizaje.
En Hanceville, Alabama, el Wallace State Community College aprovechó los fondos del estado para crear su primer programa puente para el verano, ya que prevé una afluencia de estudiantes poco preparados. Los estudiantes podían tomar tres semanas de clases intensivas de matemáticas e inglés para evitar las clases de refuerzo.
La escuela esperaba llevar hasta 140 estudiantes al campus, pero sólo se apuntaron 10.
Otros estados han empleado la ayuda federal por la pandemia para ayudar a las universidades a crear programas de verano.
Cuando se presentó la pandemia, Angel Hope trabajó hasta 20 horas a la semana en su empleo con un grupo local de ayuda sin ánimo de lucro. Creía que el tiempo que pasaba fuera de la escuela valía la pena por el dinero, especialmente cuando nadie prestaba atención en las clases virtuales. Como sus padres salían a trabajar, a menudo se sentía solo, y evitaba las redes sociales durante días.
“Creo que aislarme era un poco mi mecanismo de supervivencia”, comentó.
La pandemia llevó a muchos estudiantes de secundaria a desentenderse en un momento en el que normalmente se estarían preparando para la universidad o para una carrera, señaló Rey Saldaña, presidente y director general de Communities in Schools, un grupo sin ánimo de lucro que coloca consejeros en las escuelas públicas de 26 estados.
Su grupo trabajó en algunos distritos en los que cientos de estudiantes simplemente no regresaron tras la reapertura de las aulas. En Charlotte, Carolina del Norte, el atractivo de los cheques de pago fijos mantuvo a muchos estudiantes alejados de la escuela incluso después de que se reanudaran las clases presenciales, dijo Shakaka Perry, una coordinadora de reincorporación de Communities in Schools.
Perry y sus colegas se dedicaron el año pasado a devolver a los estudiantes a la escuela y a prepararlos para la graduación. Pero cuando piensa en si están preparados para la universidad, tiene dudas: “Va a ser un despertar”.
Un par de meses después de pasar con dificultad su prueba de nivel de matemáticas, Hope se dirigió a la Universidad de Wisconsin-Madison, para recibir seis semanas de clases intensivas en un programa de verano. Tomó una clase de matemáticas que cubrió el terreno que perdió en la escuela secundaria, y se ha inscrito para tomar cálculo a fin de año.
También ha recuperado las habilidades básicas de estudio que se habían perdido. Empezó a estudiar en la biblioteca. Se acostumbró a los ritmos de la escuela, con tareas todos los días y exámenes cada dos semanas. Redescubrió lo que es disfrutar de la escuela.
Y lo más importante, dice que cambió su mentalidad. Ahora siente que está ahí para aprender, no sólo para conseguir una calificación mínima.
“Después de esto, definitivamente me siento preparado para la universidad”, manifestó. “Si no tuviera esto, estaría en una muy mala situación”.
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La periodista de The Associated Press Carrie Antlfinger contribuyó a este despacho desde Milwaukee.