Por: Zoë Massey
Camino por el Centro de Lima tratando de pasar por el tráfico y las calles cerradas, pero igual llego a la hora del refrigerio y no doy con la persona que buscaba. Termino almorzando en el Cordano (si tengo que explicarte qué es y dónde está, deberías soltar el periódico ya e ir a conocerlo). Después de una deliciosa palta rellena y tallarines verdes en plato para uno, que parece para tres, en un lugar con aire a la Lima de antes, detenida en el tiempo, entro a la Estación de Desamparados, hoy Casa de la Literatura. Aquí hay una muestra fotográfica sobre Julio Ramón Ribeyro, mi escritor favorito, dicho sea de paso. Están todos sus libros, sus rostros, sus cigarros, su delgado ser y un texto que me sanó la semana.
Porque mi semana se había visto teñida por esa pésima costumbre peruana del síndrome de Pilatos o del gran bonetón. Esa que hace que todos se laven las manos a la hora de asumir sus responsabilidades y hasta traten de culpar al perjudicado con tal de no asumir culpas, deberes, palabras.
En Lima, espero que no sea así en todo el país, desde hace un tiempo, con el boom económico un tanto burbujoso que vivimos, se dan varios cambios, entre ellos el boom del arte en todas sus expresiones. Lo positivo de esto es que hoy hay mucho más para ver, oír, participar, adquirir, respirar, disfrutar, escribir. Lo negativo son la sarta de improvisados que aparecen, autodenominados expertos en el tema. Un gran grupo de jóvenes que creen que por ser ‘artistas’ saben ya todo, que han visto y vivido de todo y desde sus escuelas de arte privadas… se merecen todo. Y esto lo único que logra es perjudicar el esfuerzo y trabajo de los demás.
Soy profesora y veo esto de ‘culpar a los otros’ con frecuencia. Empiezo mis semestres diciendo que no espero crear fotógrafos, pero sí mejores seres humanos. Espero lograrlo para que más adelante otros no se topen como yo con una organización del tipo Pilatos, con un curador autonombrado que gusta jugar al gran bonetón, ni con un estudiante al que se le van los ojos en excusas con tal de no asumir sus errores. Sí, esta vez la perjudicada fui yo, pero de todo saco algo. Yo tranquila como tallarines verdes paseando por el Centro de Lima muy bien acompañada, tomo fotos a lo que un alumno (que sí está aprendiendo algo) reconoce al ojo y leo al único fumador que me encanta.
‘No hay que exigir a las personas más de una cualidad. Si les encontramos una debemos ya sentirnos agradecidos y juzgarlas solamente por ella y no por las que le faltan. Es vano exigir que una persona sea simpática y también alegre o que sea culta y también aseada, o que sea hermosa y también leal. Tomemos de ella lo que pueda darnos. Que su cualidad sea pasaje privilegiado a través del cual nos comunicamos y nos enriquecemos’. J.R.R.