En el barrio Los Andes, en el corazón folclórico de La Paz, un consumado músico boliviano crea todo tipo de instrumentos de viento, cuerda y percusión con la técnica de papel maché, un método artesanal que perfecciona desde hace 10 años “para cuidar la naturaleza”.
Adrián Villanueva Quisbert, un reconocido folclorista y militante medioambiental de origen aymara, considera que con esta iniciativa asume la defensa de la naturaleza y difunde un mensaje positivo.
“Utilizar papel en la fabricación de mis instrumentos es una forma de cuidar los árboles y la naturaleza en Bolivia, y dar un mensaje al mundo en defensa de nuestros recursos y contra la contaminación ambiental”, dice a la AFP.
Este hombre pequeño de 65 años, de larga carrera musical en Bolivia, sorprende cuando se presenta en un concierto con sus charangos, quenas o zampoñas de papel periódico, que ya vendió por encargo a varios países del mundo.
“Fabricar cada pieza es un proceso largo porque es un desafío convertir hojas de papel en instrumentos acústicos”, relata.
Los charangos curvilíneos, instrumentos de cinco cuerdas dobles, son sus más preciadas creaciones. El diapasón es de madera, pero la caja armónica es de papel periódico, que coloca hoja por hoja, en una técnica de ‘collage’ que le demanda unos tres meses.
“Un charango normal de madera se puede fabricar en un mes”, dice.
Charangos de papel reciclado en varios países
La quena y la zampoña son instrumentos de viento que se fabrican generalmente de caña, típicos de los aymaras y quechuas. La quena es una sola pieza con siete orificios, mientras la zampoña se conforma de 13 cañas en dos filas que, en su versión ecológica, está hecha de papel endurecido.
Los instrumentos tienen una llamativa apariencia con coloridos titulares y fotos de las publicaciones con que fueron hechos. El músico los fabrica en su casa a pedido de clientes locales e internacionales.
“He mandado mis charangos para subastas a Japón, Francia, Estados Unidos, Argentina y Perú”, asegura.
“Una vez llegó un turista francés a mi casa y quería comprar mi charango. Lo hizo sonar y dijo ‘Guau’. El hombre había sido guitarrista y ecologista y me preguntó: ‘¿En cuánto quiere venderlo?’. Me ofreció pagar 5.000, 6.000, y hasta 12.000 dólares”.
Pero Villanueva Quisbert no lo vendió. “Este charango es el charango madre”, dice, señalando que ese modelo especial lo inspira a fabricar otros.
El músico vende sus charangos en La Paz a unos 200 a 300 dólares, pero “los precios pueden subir muchísimo” cuando salen al mercado internacional.
Este hombre de pequeña estatura fue parte de famosos grupos bolivianos de antaño, como “Los Trovadores de Bolivia” y “Rumillajta” (ciudad de piedra en quechua), ambos de importante trayectoria.
“Mi especialidad es la quena, con una actividad musical por más de 35 años”, afirma.
“Con la creación de instrumentos tengo una gran satisfacción porque puedo hacer que lo que estaba muerto tenga una segunda vida”, dice.