No volvamos a lo mismo (OPINIÓN)

“Hacia fines de los noventa, con la creación del Consucode y la eliminación de los concursos públicos de arquitectura, la variable para juzgar un proyecto público de acuerdo al diseño arquitectónico desapareció del mapa”.

JORGE SÁNCHEZ HERRERANómena Arquitectura – Arquitecto/urbanista

En los últimos meses, he tratado de dar un punto de vista crítico sobre algunos de los problemas que los limeños, como sociedad, enfrentamos a diario: la relación entre la inseguridad ciudadana y la arquitectura del miedo, la priorización del uso del auto en desmedro del transporte público, la falta de capacidad de convivencia y de educación, el menosprecio que tenemos hacia la arquitectura y el espacio público, entre otros.

Podríamos decir que son todos problemas distintos; pero, a mi parecer, todos tienen una raíz común: la implantación de la idea de que es mejor un Estado pasivo, que no se meta en nuestros asuntos; la consiguiente idea (confundida a veces con la del emprendedor) de que debemos salir adelante a cualquier costo; y por último, la idea de que todo debe ser medido en términos económicos.

A comienzos de los noventa, con la ley que liberalizó el transporte, sembramos la semilla del que hoy es el principal problema de la ciudad: la falta de un sistema de transporte público integrado. Y, en 25 años, Lima no solo se convirtió en el caos informal que hoy es, sino que, junto a la ley que también permitió la importación de autos chatarra de Japón, alcanzó el primer lugar en el ranking de las ciudades más contaminadas de Latinoamérica

A mediados de los noventa, con la liberalización de la educación, se permitió la creación de decenas de instituciones de cuestionable reputación. Si bien miles de peruanos pudieron tener de esa manera acceso a la educación superior, hoy más del 80% de la población está de acuerdo en que vuelva a ser el Estado el que fiscalice su calidad. ¿Cómo esperamos tener una sociedad que genere mejores ciudades si no formamos mejores ciudadanos?

Hacia fines de los noventa, con la creación del Consucode y la consiguiente eliminación de los concursos públicos de arquitectura, la variable para juzgar un proyecto público de acuerdo al diseño arquitectónico desapareció del mapa. Desde entonces, se eligen los proyectos públicos de acuerdo a su economía y no a su calidad. A diferencia de muchos ejemplos en América Latina, que han aprovechado sus recursos para hacer proyectos públicos para regenerar puntos críticos en sus ciudades, aquí somos expertos en desperdiciar la plata en proyectos innecesarios y cosméticos.

Por último, la proliferación de la arquitectura del miedo (creer que es mejor encerrarnos tras muros para vivir más seguros) es también una herencia del mismo periodo, que perdura y está formando las ciudades que tenemos hoy. La idea de que, ante la violencia, cualquier recurso es válido para preservar la seguridad, ha calado de tal forma en nosotros que hoy nos parece normal tener calles con muros interminables, enrejar nuestras calles o apropiarnos del espacio público junto a nuestra propiedad.

Estamos a seis días de reivindicar a un partido que no solo reemplazó la idea del bien común por una individualista, donde el fin justifica cualquier medio, sino que además nos plantea perpetuar y reforzar esta terrible idea de sociedad y de ciudad. No volvamos a lo mismo.

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