Armando Yera es uno de los artífices de los cambios más visibles en Cuba. Ni político ni guía espiritual, es el fisiculturista que ayuda a cada vez más cubanos a esculpir sus cuerpos en su gimnasio en el centro de la Habana.
Tal como hizo Lídisy de la Rosa, quien ya ni se reconoce en fotos viejas porque perdió 43 kilos.
Por años, el cultivo de la imagen fue despreciado socialmente en la isla comunista debido a su origen burgués.
Por eso, en Cuba ser propietario de un gimnasio resulta novedoso, además de que el concepto de propiedad privada e inversión extranjera se ha ido incorporando con reformas del presidente Raúl Castro.
Eso explica que la moda de lucir bien llegó tarde al país.
“El cubano hoy en día sí está más involucrado en el aspecto físico, en la salud y en la calidad de vida’, dice Armando Yera, propietario de Mandy’s Gym.
En 16 años con este negocio, Yera pasó a tener de 20 a 80 clientes, quienes pagan 30 dólares al mes, por encima de los 25 de ingreso mensual promedio en la isla.
Y aunque ir al gimnasio era visto a la luz del tabú, hoy hay más personas preocupadas de la apariencia física que incluso de la misma salud.
“A la gente le motiva más, se preocupa más por acudir al gimnasio por una cuestión de estética que por la misma salud. Incluso hasta a la hora de llevar la dieta. Por lo menos las personas que conozco, son más estrictos buscando un acondicionamiento físico que las personas que conozco con problemas de colesterol, no veo que se preocupan tanto por la nutrición adecuada para cuidar su colesterol”, señala Dayron Delgado, instructor en Mandy’s Gym.
Un tema pendiente en la isla, donde 44,3% de sus 11 millones de habitantes sufre sobrepeso u obesidad.