La discusión en torno al destino de la presidenta Dilma Rousseff irrumpió en las redes sociales y en el seno de los hogares brasileños llegando a provocar fricciones intrafamiliares.
Decepcionada por los ataques políticos que le profirió su hijo vía Facebook, Dayse, una funcionaria pública que apoya al gobierno, decidió retirarle la palabra y bloquearlo de su red de contactos.
‘Ya antes habíamos llegado casi a enfrentamientos, pero lo llamé en privado y le dije ‘hijo, la gente piensa diferente’. Pero ese día él hizo comentarios provocadores en varios de mis post y ahí decidí bloquearlo de mis redes’, dijo Dayse.
Su hijo Gustavo es un férreo crítico a la gestión del Partido de los Trabajadores.
Quiere ver en prisión a todos los dirigentes acusados de corrupción.
Asegura no simpatizar con ninguna organización política pero se identifica con el movimiento Ven a la calle que organizó masivas protestas callejeras pidiendo la salida de la presidenta.
“Creo que nunca hubo un movimiento político tan grande en Brasil. Creo que esto está motivado principalmente por el aumento de los medios, son las redes sociales, internet, TV y programas de noticias’, dijo Gustavo Franco, hijo de Dayse Lima.
Aunque se reconciliaron, están claros de que sus visiones de lo que sucede en Brasil son como el agua y el aceite.
Un fenómeno que se repite a gran escala dejando como resultado un país fisurado.
‘Tenemos relaciones que se han enfriado, personas inmersas en las redes sociales que no se contactan, que son homofílicas, en el sentido de que unos apoyan al gobierno y otros se oponen a él. Se ha reforzado la separación entre la gente de alguna manera’, dice Luis Felipe da Graça, politólogo de la Fundación Getulio Vargas.
Los niveles de polarización han motivado a las autoridades a colocar barreras para separar a los grupos en las votaciones sobre el impeachment en el Congreso.
En medio de la incertidumbre sobre el panorama político, no pocos tienen claro si podrán hacer las paces con sus familiares y amigos.