Ha tardado nada menos que 43 años, pero Ritje al final pudo abrazar a su hijo. Como a muchas jóvenes solteras de Bélgica entre los años 50 y 80 del pasado siglo, la llevaron a una institución católica con el fin de mantener su embarazo en secreto. Con tan sólo 20 años de edad, la coaccionaron para entregar a su recién nacido en adopción.
“Cuando nació mi hijo, con su primer llanto, mi novio me dijo ‘tápate los oídos’. Se llevaron a mi bebé, no lo vi, todo se hizo bajo una sábana”, cuenta Ritje Schouppe, quien fue obligada a dar su hijo en adopción.
Ritje lucha ahora por que se haga justicia desde la asociación Mater Matuta, según la cual, más de 30.000 niños fueron arrebatados a sus madres, la mayoría en la región de Flandes, al norte del país.
Se ha creado un grupo de expertos para investigar el escándalo, que entregará sus recomendaciones al Gobierno flamenco el próximo mes de abril. Además, el Parlamento está recogiendo testimonios de las madres afectadas… y también de los hijos, como Monica van Langendock.
“Quiero saber mi historia, no tengo que conocerla a ella necesariamente, con una foto valdría… Sólo quiero saber. ¿Fue porque las cosas eran difíciles? ¿Porque estaba divorciada? ¿O fue porque mi padre era alguien inadecuado, como un sacerdote? Eso sucedió. Mi madre quizá incluso era una monja”, reclama Monica van Langendock, entregada en adopción al nacer.
Mater Matuta acusa a las agencias de adopción de haber perdido los papeles de los niños o incluso de haber destruido muchos de sus documentos.
“Estoy indignada con que hayan conspirado intencionadamente y con quie hayan tratado de hacer que todo desaparezca”, señala Van Langendock.
El año pasado, la Iglesia católica belga se negó a admitir cualquier conducta errónea. Desde entonces, ha suavizado su posición, asegurando que ayudará a investigar qué ocurrió en esas instituciones.