Con guardia perimetral militar, el centro funciona como una mini-ciudad en donde coloridos carteles como “almacén” o “peluquería” conviven con las celdas donde los reclusos van solo a dormir.
Unidas por calles de tierra, las plantaciones, el armado de bloques y un taller donde se fabrican aparatos de gimnasia forman parte de este curioso polo productivo, que cuenta con unos 30 emprendimientos.
“Acá el trato es diferente, estamos con operadores carcelarios (civiles) y el trato lo tenemos con ellos y no con la Policía, y eso cambia, hay más soltura. Aparte, estamos trabajando y eso hace que estés ocupado y pensando en cuando salgas y no en cosas malas”, dijo a la AFP Leonardo, que cumple pena por rapiña.
Leonardo repara el auto de un cliente que se acercó a la prisión a encargar el trabajo. El ruido de su pulidora se funde con el de un camión que levanta los bloques producidos por la empresa de Julio.
Julio llegó a Punta de Rieles hace más de tres años desde otra cárcel para completar una pena de 20 años y reconoce que, en este centro, cambió su actitud.
Punta de Rieles es “una cárcel muy abierta, positiva”, comenta mientras muestra con orgullo las facturas que avalan la legalidad de su empresa, que da trabajo a más de una decena de reclusos.
Las largas cuerdas donde los reclusos cuelgan la ropa lavada y los canteros donde plantan vegetales por momentos vuelven casi imperceptibles los extensos alambrados y las torres de control desde las que custodian militares.
La Policía, en tanto, se mantiene alerta, en un segundo plano, e interviene cuando peleas entre reclusos o otras situaciones violentas rompen los esquemas de seguridad.
“Al aire”
Al fondo de un amplio salón de eventos y recreativo, un pequeño estudio alberga a una media docena de reclusos que hacen radio.
“Más allá de estar del portón para acá, que somos internos, cometimos un error, se está pagando, pero no somos monstruos. Reímos, lloramos, tenemos los mismos sentimientos que la gente de afuera”, dice Darío, quien cumple condena por rapiña y que además de participar en la radio integra grupos musicales formados por los reclusos.
Los radioaficionados ya emitieron cuatro programas a través de una radio comunitaria y esperan obtener su propia frecuencia en 2016.
“La posibilidad de tener la radio a nosotros nos fortalece”, dice con una sonrisa Ángel, procesado por rapiña y que llegó a Punta de Rieles hace tres años desde otro penal.
Mientras Sergio Chiesa, uno de los operadores del centro, maneja la consola radial, Rodolfo, hábil locutor, asegura que la presencia de operadores civiles genera un clima “totalmente diferente” al que vivió en otros centros de reclusión, donde los policías dirigen el lugar.
Humanizar las cárceles
En 2007 el relator especial de la ONU para la Tortura, Manfred Nowak, denunció condiciones de detención inhumanas y hacinamiento en las cárceles. Tres años después y luego de un incendio donde murieron 12 presos, el Parlamento aprobó una ley de emergencia carcelaria que previó la construcción de nuevos establecimientos.
El Instituto Nacional de Rehabilitación Punta de Rieles es el primero que cuenta desde 2012 con una dirección integrada por civiles.
El centro tiene “los cuatro ejes definidos de cómo tratar a los privados de libertad, que son trabajo, estudio, educación y cultura”, indicó el subdirector Luis Parodi, explicando que la idea es que “la cárcel se parezca lo más posible a la realidad”.
Parodi es educador y rechaza que se vea el centro como un “oasis”, porque considera que es un eslabón de un proyecto que pretende abarcar a todos los centros.
Sin embargo, todos los reclusos entrevistados por la AFP coincidieron en marcar la diferencia entre el centro y otras cárceles, destacando la ausencia de hacinamiento y situaciones de extrema violencia que en otros penales son moneda corriente.
Para el subdirector, la región debe embarcarse “en un proceso de humanización de las cárceles urgente, es una deuda”.
Los primeros datos muestran que el sistema de Punta de Rieles va por buen camino: mientras la reincidencia promedio en el sistema penitenciario es del entorno del 50%, aquí se estima que solo el 2% de los liberados volvió a delinquir.
Con 3,3 millones de habitantes, Uruguay cerró 2013 con casi 10.000 hombres privados de libertad.