Por: Gabriel Murillo
Transmilenio fue el nombre que tomó desde principios de la década pasada este experimento de transporte masivo para una gran urbe: más económico que ir en metro, más fácil de implementar que un ómnibus eléctrico y más rápido y ecológico que un auto particular.
Hoy, esa prueba que comenzó en Bogotá se ha viralizado en ciudades de Colombia como Barranquilla, Cali, Bucaramanga y Pereira, y del mundo, con ejemplos como Lima (lo que se conoce como el Metropolitano), Guatemala, Curitiba, Mérida, México DF, Santiago, Sao Paulo, entre otras, con resultados unos más favorables que otros.
A comienzos del 2000, Bogotá era una ciudad con un sistema de transporte que no brindaba garantías de seguridad ni movilidad. Con el planeamiento del entonces alcalde -hoy precandidato presidencial- Enrique Peñalosa, y la ejecución en la siguiente gestión de Antanas Mockus, comenzó la construcción de un sistema más económico que el metro, que necesitaría menos infraestructura y cuyo impacto en la movilidad iba a ser significativo para una ciudad de más de 7 millones de habitantes.
Así nació el sistema: una o varias troncales con buses articulados que solo se detendrían en paraderos específicos, con estaciones destinadas a rutas particulares y el pago del pasaje mediante tarjetas electrónicas. Todo un cambio en la mentalidad del bogotano que, como los habitantes de otras ciudades, ya se adaptan y celebran la implementación del esquema.
Según indica a Publimetro Mónica Villegas, directora de la ONG Bogotá Cómo Vamos, por el Transmilenio se moviliza el 30% de los ciudadanos -más de dos millones de pasajeros- en más de 100 kilómetros de vías.
Claro que Bogotá está lejos de ser la meca de la movilidad. Sin embargo, a este modelo se le suma una gran red de ciclovías, jornadas como el ‘Día sin carro particular’ y restricciones de movilidad para el vehículo particular según el número final de la matrícula.