(Opinión) Trabajo y felicidad

¿Qué tan difícil es ser feliz? Verónica Klingenberger nos da una aproximación en su última columna.

Por: Verónica Klingenberger

André Agassi tiene una excelente manera de explicar lo engorroso que nos resulta ser felices. En ‘Open’, su autobiografía, el ex tenista escribe: ‘Ahora que gané un Slam, sé algo que muy poca gente en la Tierra sabe. Una victoria no se siente tan bien como se siente mal una derrota, y los buenos sentimientos no duran tanto como los malos. Ni siquiera un poco’. La felicidad es una condición difícil de alcanzar, y más aún de retener. Por más ganas que tengamos, por más resoluciones que nos planteemos, por más dicha que nos deseemos. Aún así, no todo está perdido: existe una fórmula para lograr la felicidad.

O eso dice un artículo publicado en el New York Times. La receta consiste en una simple suma de genética y azar, por un lado, una suma que nos sobrepasa y sobre la cual no hay forma de hacer trampa para obtener los resultados esperados. Esa compilación supone casi el 80% de los posibles desenlaces de la ecuación, así que al menos podemos dejar de sentirnos culpables por nuestra habitual apatía y eventual tristeza. El otro 20% sí estaría en nuestras manos o sería, aparentemente, más manejable. Lo conforma otra suma compuesta por cuatro factores: familia, fe, comunidad y trabajo, y es en este último componente donde deberían concentrarse nuestros mayores esfuerzos.

Hace algunos años un amigo presentó su renuncia ante el editor de un reconocido diario. Cuando este le preguntó cuáles eran las razones por las que no quería trabajar más ahí, mi amigo respondió enfático: ‘Porque no me hace feliz’. Su respuesta fue considerada como el capricho de alguien que se podía dar el lujo de dejar su trabajo por un motivo aparentemente superficial. Pero, ¿lo era en realidad?

Conseguir un trabajo que nos satisfaga es algo que deberíamos plantearnos realmente en serio por lo menos una vez al año. Y aunque el dinero es siempre bienvenido, la verdadera recompensa no se medirá en términos económicos. Se ha probado que los únicos casos en los que el dinero compra felicidad son aquellos que involucran a trabajadores extremadamente pobres. Como es de suponer, en esos casos, los ingresos económicos alivian las presiones y necesidades del día a día. Pero una vez que uno alcanza el ingreso regular de cualquier ciudadano perteneciente a la clase media, poco hacen los aumentos en cuanto a nuestra satisfacción personal. Y nada nos acerca más a la desdicha que el desempleo, en donde se disparan los índices de divorcio, suicidio e incluso enfermedades.

Nunca pensé escribir esto pero parece que es cierto: el trabajo es la apuesta más fácil hacia la felicidad. O debería serlo. Ese trabajo que combine tus habilidades con tu pasión, y que dispare tu creatividad. Quizás, a pesar de todo, valga la pena darse el lujo de renunciar a ese empleo que tanto nos sofoca y arriesgarnos a hacer algo nuevo, aunque pague menos. El mismo Agassi lo reconoció en sus memorias. Dijo que realmente odiaba el tenis y que la cancha era una prisión para él.

¿Listo para colgar la raqueta?

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