Por una escuela sin violencia: ¡no al bullying!

La sensibilización y formación sobre el acoso en la escuela debe conducir al entendimiento de que abordarlo es tarea de todos siendo necesario tomar medidas preventivas y correctivas.

Maria de los Angeles Del CastilloDepartamento Psicopedagógico Colegio Antares – CPAL

Víctor, 12 años, no quiere ir más al colegio. En casa está irritable, llora sin motivo aparente, no cumple con las tareas y su rendimiento está bajando. Por las noches no puede dormir, tiene pesadillas, dolores de cabeza y no tiene apetito. Los padres están preocupados, pues antes iba contento, hablaba de sus amigos y de las cosas que compartían. Cuando un día Victor les confiesa algo que sucede todos los días: ‘cuando estoy solo en el patio, unos compañeros pasan por mi lado, me miran, murmuran, se ríen entre ellos y siguen de largo mirándome fijamente. Un compañero se acerca a ese grupo, los chicos le dicen algo al oído, luego viene a mi lado, me quita mis cosas y de ‘casualidad’ las tira al suelo. Todo esto pasa mientras otros compañeros observan y no dicen nada’.

Víctor es una víctima más de acoso escolar o bullying. El año pasado se estimó que el Perú tiene la tasa más alta de Latinoamérica, tal como revela el sistema de reporte de casos de violencia escolar (Siseve) del Ministerio de Educación. Frente a esta realidad en contextos educativos peruanos, la sensibilización y formación sobre el acoso en la escuela debe conducir al entendimiento de que abordarlo es una tarea de todos (alumnos, familias y agentes educativos) siendo necesario tomar medidas preventivas y correctivas.

A veces resulta asombroso que, a pesar de haber muchos adultos en el colegio, no se note o aborde el problema con prontitud. Una serie de creencias ayudan a no percatarse del acoso escolar (se trata de “cosas de chicos”, deben aprender a resolver ellos solos sus problemas), minimizando agresiones. Todo esto tiene graves consecuencias no solo para la víctima, sino también para el agresor, el clima de aula y la familia.

El acoso escolar implica acciones y comportamientos intencionales directos (violencia física) o indirectos (rechazo, rumores, burlas, ridiculizaciones) que son repetidos y sostenidos en el tiempo. Ahora el cyberbullying aumenta las acciones de intimidación cuando se utilizan las redes sociales. Se da una relación de intimidación entre víctima y agresor quien, lejos de la mirada de los adultos: humilla, somete y excluye. En este contexto, la victima suele ser insegura, con baja autoestima, carece de habilidades sociales y difícilmente se defiende. Algo que genera gran impotencia y frustración es ver cómo los compañeros, y en algunos casos adultos están presentes en el salón o patio como ‘espectadores’, quienes contemplan lo que sucede, más no intervienen, reforzando una ‘cultura del silencio’. Las consecuencias emocionales de ello es vivir en el miedo, temor, considerándose débiles y, en casos extremos, sin la esperanza de poder solucionar el problema.

El bullying, ese enemigo silencioso, ha existido siempre. ¿Qué podemos hacer? Hoy, más que nunca, la familia y escuela deben aliarse para prevenir o resolver este problema, promoviendo la convivencia y la tolerancia, a través de los valores, indispensables en la sociedad actual. Los padres y educadores deben estar alerta a los posibles primeros signos de agresión entre compañeros. Se debe realmente mirar y escuchar con atención lo que sucede en el colegio como en actividades fuera de él, entre otros. Las bromas entre amigos dejan de serlo cuando incomodan, son constantes y afectan la seguridad emocional del otro. Por otro lado, los colegios deben contar con un Plan de Convivencia Democrática, considerando la prevención y resolución pacífica de conflictos.

Al tomar la iniciativa de reportarlo, se puede reconocer que hay un problema grave sin tener que buscar culpables, sino más bien identificando que, tanto la víctima como el agresor, requieren de atención. Es importante fomentar en casa la comunicación y confianza con los hijos, enseñarles a colocar límites a las acciones de sus compañeros (‘eso no es gracioso’, ‘¿te gustaría que te hicieran lo mismo?’) sabiendo cómo expresar sus opiniones, aún más cuando algo les disgusta. De ser necesario, buscar ayuda profesional para la víctima, el agresor y sus familias, pues habría que reflexionar sobre las características de sus hijos, a fin de, prevenir situaciones similares en el futuro.

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