Golpes cruzados. Moverse y esquivar golpes. Una batalla por la gloria. Pero ni estos combates ni estos boxeadores son al uso. Frank O’Callaghan es director en el sector de las telecomunicaciones en Londres.
Durante el día, todo son gráficos e índices, como corresponde a un trabajador de la City. Pero, por la noche, Frank cambia su atuendo por los guantes y las botas de boxeo.
Como muchos de sus compañeros, Frank entrena en un gimnasio al lado de su empresa. Es una buena manera para los directivos de eliminar el estrés.
“Vamos a tener a más de 1.400 personas por la noche. Estos chicos van a practicar un deporte que probablemente siempre han amado y lo harán enfrente de toda esa gente. Uno se siente casi como un profesional por una tarde, ¿sabe?”, señala Ross Adkin, copropietario del Fight City Gym y organizador del combate.
Frank lleva meses entrenando para la gran pelea. Espera moverse con agilidad y picar como una avispa.
En los últimos años, los deportes sangrientos han ganado en popularidad en la City. Para Frank, batirse con un compañero es casi terapéutico.
“Se pasa de un estrés a otro. Tienes el estrés diario de los negocios, de estar sentado en una mesa, convertido en estrés de ‘¿me van a dar puñetazos en la cabeza está noche y voy a dárselos a otra persona?’ En realidad, es una gran alivio contra el estrés”, considera Frank O’Callaghan, director de telecomunicaciones y boxeador amateur.
Cuando llega el momento, Frank se dirige hacia el ring.
La adrenalina se dispara al hacerse más fuertes y nítidos los gritos del público.