Todos necesitamos amigos en la vida. Desde pequeños creamos alianzas importantes que marcan nuestro camino en este mundo. Los amigos pueden salvarnos de los momentos difíciles, ayudarnos a vences los obstáculos y sostener nuestra mano cuando creemos todo está perdido.
Como todo en la vida, entre más pequeños somos, más fácil es pasar tiempo con nuestras amistades. Los vemos en a escuela, no tenemos más compromisos y responsabilidades, y nuestra energía siempre está al tope.
Sin embargo, entre más crecemos es más complicado mantener estos lazos. En los momentos de adultez comprendemos perfectamente la frase de nuestros padres que dictan los amigos se cuentan con los dedos de la mano.
Los caminos se van separando y son pocas las personas que se quedan junto a ti. Muchas veces nos torturamos con esta idea, queremos que todo se quede como en el pasado, pero debemos aceptar que así es la vida.
Hay ocupaciones distintas, compromisos, y mucho cansancio. Asimismo, el tiempo cambia tanto a las personas que ya no hay nada compatible con aquellos que llegaron a ser tan cercanos a ti. Los intereses han transformado, y aunque duela, a veces no podemos mantenernos ahí.
También existen aquellos amigos que después de tanto tiempo descubres te hacen daño. No siempre de manera intencional, pero a veces nos aferramos más a la idea de salvar amistades, sin darnos cuenta que nos herimos y hasta nos perdemos en estas relaciones.
Nos han enseñado amistades ideales en el cine y los libros. Pero como en todo, la vida no es tan sencilla ni tan rosa como la pintan. La gente no es mala amiga por maldad, simplemente hay gente que es compatible y otra que no.
Esto nos lleva a dejar ir a personas que no aportan ya en nuestras vidas o que nos lastiman al quedarnos ahí. Nadie te enseña a decirle adiós a un amigo, y hasta hacen sentirte culpable. Pero no, también es sano depurar y nadie tiene derecho a cuestionar tus razones.
No nos aferremos a actitudes, personas, amigos, o cosas que nos hacen daño. La vida es tan difícil que nuestra cordura es lo que más vale, y debemos hacer lo necesario para defenderla.
Por Valeria Zurita / Nueva Mujer
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