‘El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro’. Esta frase fue acuñada e inmortalizada por el famoso científico italiano Antonio Raimondi. Claramente, posee una carga considerable de paradigmas naturales de la época de aquel célebre personaje. Sin duda alguna, el famoso enunciado conlleva a una amplia cantidad de interpretaciones. No obstante, la representación del Perú como un indigente discrepa mucho de la actual realidad del país, pues la minería se constituye como el principal motor de la economía nacional y ha contribuido extensamente con la descentralización llegando a zonas remotas altoandinas. Resáltese la palabra remotas, pues justamente gran cantidad de campamentos y unidades mineras se encuentran completamente alejadas de la civilización y en alturas descomunales donde el oxígeno escasea y la presión lastima. Pues con conocimiento de causa describo ello ya que tuve la grata e inusual experiencia de intentar trabajar en un campamento minero, digo intentar porque eso es lo que hacía: intentar, sin mucho éxito.
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Mi primera experiencia laboral, sí la primera de todas, mi primera vez, el esperado debut que todo universitario ponderoso ansía y anhela con todo su ser, se dio a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar. El campamento minero se llamaba Iscaycruz – ubicado en Oyón, Lima – constituido como uno de los más importantes a nivel nacional por sus yacimientos de plomo y zinc. Totalmente alejado de cualquier civilización y asilado por completo. Era una de esas prácticas pre profesionales de verano que se supone deben motivar al estudiante y permitirle confirmar que la carrera que escogió fue realmente la correcta. Es decir, una etapa crucial y significativa. Pues para mí, fue todo lo contrario, una experiencia traumática. Debo confesar que luego de ésta adquirí mayor aplomo y entereza, pero ello sucedió después de varios meses de superación.
Mi jornada laboral consistía en catorce días en el campamento y siete días de descanso en Lima. El famoso catorce por siete. Recuerdo que la primera vez que subí a la unidad minera quedé totalmente impactado. Eran nueve horas de viaje, de las cuales tres sólo era un ascenso brutal en circunferencias interminables, por lo que era complicado no llegar con un soroche infernal. Recuerdo que la primera vez que pisé ese suelo, bajé del bus en short y polo – provenía del rebosante verano limeñito – y sentí cómo claramente una ráfaga de viento gélido penetró mi cráneo, golpeó mi cerebro y generó en mí fuertes mareos y náuseas agobiantes. Mi primera semana la disfruté junto a un balón de oxígeno tratando de abrir mis alvéolos pulmonares y sólo con gelatina en el estómago.
Conforme pasaban los meses, lo más complicado siempre eran mis primeros días de adaptación – un término sutilmente utilizado por los doctores del campamento – hasta que mi cuerpo se acostumbraba a la falta de oxígeno, a la presión altísima – causante de numerosos sangrados nasales interminables – y al frío extremo, capaz de generar dolores no musculares, sino óseos. Así de intenso.
Sin embargo, ante tanta desesperanza y malestar físico, empecé a descubrir valores y virtudes grandiosas en el grupo humano con el que trabajaba. Las personas habían dejado de ser simples compañeros para convertirse en grandes amigos – como no serlo, si pasaban más tiempo los unos con los otros que con sus propias familias – y apreciaban con gran desmesura el valor del trabajo. Insólitamente, amaban realmente lo que hacían, a pesar de todas las condiciones adversas. Igualmente, a mis dieciocho años, entendí de forma muy pedagógica que la vida está llena de un sinfín de obstáculos que te golpean, pero te amoldan. Que, a diferencia de un salón de clases, en la vida primero llega la prueba, y luego la lección. Que no basta desear y querer, sino trabajar, y muy duro. La minería le permite al Perú avanzar, pero a mí, a mí me permitió aprender.
Sobre el autor:
Soy Renato Tello Benel, ingeniero electrónico de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y MBA de la Universidad Politécnica de Cataluña con especialización en Big Data & Analytics in Organizations. Además, como profesional, he llevado cursos de tecnología en biomedicina en Holanda y Estados Unidos, y he liderado proyectos en Latinoamérica.
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