Esta es la historia del oficial estadounidense Grant Morrison, quien se encontraba realizando un control rutinario de tránsito. Aparentemente, el problema comenzó cuando la víctima, Richard Ramírez, se había escapado del control de tránsito porque se encontraba drogado, lo que desató una persecución policial.
Cuando Morrison tenía a Ramírez acorralado junto a otras patrullas, le ordenó que levantara las manos y que las mostrara, pero él desobedeció y las puso en su cintura. Este movimiento llevó a pensar al policía que el supuesto delincuente iba a sacar un arma, por lo que lo abatió primero y le causó la muerte. Desafortunadamente para el oficial, Ramírez no llevaba ningún arma de fuego, por lo que no tenía cómo defenderse.
Al enterarse de esto y que había disparado a una persona inocente, el hombre se sintió tan culpable que comenzó a llorar desconsoladamente frente a una cámara al interior de otra patrulla. “Pensaba que él estaba armado. Yo no podía correr ese riesgo… quería ver a mi hijo crecer”, dijo ante la corte. El oficial Grant Morrison fue absuelto de toda culpa.