DENVER, Colorado, EE.UU. (AP) — Javier Guillén sólo pensaba en llegar a Estados Unidos cuando tuvo que soportar una travesía de tres meses desde Venezuela, atravesando las selvas centroamericanas y pasando cuatro días aferrado al techo de un tren mexicano conocido como “La Bestia” para esquivar a la policía y a los secuestradores.
Pero cuando la semana pasada Guillén llegó finalmente a la ciudad fronteriza texana de El Paso, el hombre de 32 años se decidió por un nuevo destino, casi 1.100 kilómetros (680 millas) adicionales al norte de la frontera: la ciudad de Denver, que le representó apenas un viaje en autobús relativamente barato.
“Es el lugar más fácil, el más cercano a Texas, y aquí hay personas que ayudan a los migrantes”, explicó Guillén antes de dirigirse a uno de varios refugios que la ciudad creó a duras penas.
Durante el último mes, casi 4.000 inmigrantes, casi todos venezolanos, llegaron sin previo aviso a la gélida ciudad de Denver, sin un lugar donde quedarse y, a veces, vistiendo sólo camisetas y sandalias. La oleada de migrantes tomó por sorpresa a las autoridades de la ciudad, que ya lidiaban con una serie de tormentas invernales, temperaturas a mínimos históricos y atascos de tránsito en los alrededores.
Cuando apelaron al estado para que abriera refugios nuevos, el gobernador de Colorado, Jared Polis, un demócrata que había asignado 4 millones de dólares para ayudar a cuidar a los migrantes, hizo arreglos para que los que así lo quisieran, pudieran seguir viajando en autobús aún más al norte, a Chicago y Nueva York.
El alcalde de Nueva York, Eric Adams, también demócrata, ya había advertido que su ciudad estaba siendo abrumada por la oleada de migrantes y se quejó de los nuevos traslados desde Denver.
La situación ilustra cómo los números récord de personas que cruzan la frontera con México están reverberando hacia el norte, en ciudades como Denver, Nueva York y Washington, que desde hace mucho tiempo han sido destinos para los migrantes, pero no de autobuses llenos de ellos que aparecen a la vez, directamente desde la frontera y sin recursos.
Las ciudades del norte “están probando ahora lo que han estado enfrentando las ciudades fronterizas”, explica Julia Gelatt, analista principal de políticas del Migration Policy Institute (Instituto de Políticas Migratorias) en Washington. “El hecho de que las personas se presenten en grupos, necesitados de servicios básicos, es realmente nuevo para las ciudades del norte”.
En algunos casos, los gobernadores republicanos —principalmente el gobernador de Texas, Greg Abbott— han tratado de transmitir ese mensaje trasladando migrantes directamente desde la frontera a Nueva York o incluso a los alrededores de la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris en la capital del país. El año pasado, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, también envió algunos a la isla turística de Martha’s Vineyard, en Massachusetts.
No está muy claro cómo fue que Denver se convirtió en un nuevo destino para los venezolanos que huyen del caos económico y político de su país. Los defensores de los migrantes ya habían detectado un pequeño número de personas que llegaban desde la frontera a principios de 2022 y advirtieron que la ruta se estaba volviendo cada vez más popular.
Entonces, el otoño pasado, muchos viajaron a la frontera entre Estados Unidos y México con la esperanza de que el gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden, pusiera fin a una regulación pandémica que permitía al país devolver automáticamente a México a los solicitantes de asilo. En cambio, en octubre, el Biden sumó a los venezolanos a las nacionalidades incluidas por la prohibición. Los cruces venezolanos se redujeron en la frontera, pero luego algo cambió en Denver.
Cualquiera que haya sido el detonador, la cantidad de inmigrantes que llegaron a la ciudad se disparó drásticamente en diciembre, a veces a 200 por día, justo cuando caía una helada invernal y se extendían las temperaturas mínimas récord. Las tormentas trastornaron las carreteras fuera de la ciudad, cancelando los viajes programados por autobús a destinos en el este del país, dejando varados a muchos en una ciudad que ya luchaba por albergar a las personas sin hogar.
En respuesta, Denver convirtió tres centros recreativos en refugios de emergencia para migrantes y pagó cuartos en hoteles para las familias con niños, asignando 3 millones de dólares para hacer frente a la oleada de recién llegados. Reasignó trabajadores para procesarlos, asignarlos a albergues y ayudarlos a subir a los autobuses interurbanos. Los residentes donaron montones de ropa de invierno.
“Las ciudades y los estados están mal equipados para lidiar con esto”, declaró en una entrevista el alcalde de Denver, Michael Hancock. “Ya sea que estén en la frontera o en Denver, Colorado, las ciudades no están preparadas para esto”.
Amelia Iraheta, una empleada de la ciudad para salud pública fue reasignada para trabajar con los migrantes, afirma que un hombre dijo que llegó caminando desde la frontera y que llegó con un pie roto. Una mujer, que llegó descalza a Denver, todavía tenía los pies cubiertos de espinas de cactus después de caminar por el desierto fronterizo. La mayoría vestía sólo la ropa que llevaba puesta, lamentablemente insuficiente para las temperaturas bajo cero en la ciudad.
“Al llegar a Denver en pleno invierno, las condiciones no eran exactamente lo que creo que esperaban”, agrega Iraheta.
La mayoría no tenía la intención de quedarse mucho tiempo. La ciudad y el estado dicen que alrededor del 70% de los más de 3.800 migrantes que llegaron a Denver desde que comenzaron a monitorear la crisis el 9 de diciembre planeaban irse a otro lugar al final. Más de 1.600, reporta la ciudad, ya se han ido de la ciudad por su propia cuenta.
La oficina del gobernador de Colorado dijo que Polis no estaba disponible para una entrevista. “La prioridad del estado es garantizar que las personas reciban los recursos que necesitan y puedan llegar al destino final deseado, que es lo opuesto a las acciones que han tomado otros estados para enviar personas a lugares a los que probablemente no tenían intención de ir”, explicó el portavoz Conor Cahill en un comunicado.
Jennifer Piper, del American Friends Service Committee, una organización que ha trabajado con la ciudad y varios grupos sin fines de lucro para ayudar a los migrantes, inspeccionó uno de los autobuses antes de que partiera de Denver. Relató que todos los pasajeros coincidieron en que estaban en él voluntariamente y que casi todos tenían amigos o familiares en Nueva York o Chicago con quienes quedarse.
“Estos son adultos en control de su propio destino”, añadió Piper. “La realidad es que tarde o temprano iban a estar en los autobuses de Greyhound”.
La ciudad ha establecido un límite de 14 días para las estadías en los refugios de emergencia y está negociando con otras agencias y organizaciones sin fines de lucro sobre la apertura de instalaciones a más largo plazo. No está claro todavía cómo afectará el flujo hacia Denver la nueva política de migración de Biden, que abrió 30.000 cupos mensuales adicionales para solicitantes de asilo de Venezuela y otras tres naciones latinoamericanas.
“En realidad creo que esto no es algo pasajero”, declaró Piper. “Ahora Denver está en esa ruta y no creo que esto cambie al menos en los próximos cinco o seis meses”.
Puede durar más. Alexander Pérez, de 23 años, realizó el mismo viaje intimidante de varios meses por tierra a través de Colombia, Centroamérica y México como muchos otros venezolanos. Eso incluyó un tramo particularmente brutal del istmo selvático hacia Panamá conocido como el Tapón del Darién, desprovisto de carreteras y plagado de merodeadores armados y peligros naturales letales.
En el camino siguió pensando en reunirse con un primo en Nueva York. Después de una semana en El Paso, tomó un autobús a Denver con la intención de continuar hacia el noreste, pero después de encontrarse con una bienvenida cálida y, al final, una habitación de hotel, comenzó a reconsiderar su itinerario. Concluyó que necesitaba hacer algo de dinero antes de continuar.
“A veces Dios te lleva a ciertos lugares”, afirma Pérez a la salida de un supermercado, observando montones de nieve sucia.
Tal vez, reflexionó Pérez, él podría quedarse un tiempo y ganar algo de dinero retirando nieve.