Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, Anastasia empieza el día escribiendo un mensaje contra la guerra y colgándolo en la pared de entrada a su bloque de apartamentos en la ciudad industrial de Perm, en los Montes Urales.
“¡No crean la propaganda que ven en televisión, lean medios independientes!", dice uno. “La violencia y la muerte nos acompañan constantemente desde hace tres meses: cuídense", señala otro.
Esta maestra, de 31 años y que pidió ser identificada solo por su nombre porque teme por su seguridad, dijo que quería “un método seguro y sencillo para difundir el mensaje”.
“No podía hacer algo grande y público", dijo a The Associated Press en una entrevista telefónica. “Quiero hacer que la gente piense. Y creo que deberíamos influir en cualquier espacio, de cualquier forma que podamos".
A pesar de la enorme represión gubernamental a este tipo de actos de protesta, algunos rusos han seguido pronunciándose contra la invasión, incluso de las formas más sencillas.
Muchos de ellos han pagado un alto precio. En los primeros días invernales de la invasión, en febrero, las autoridades actuaron con rapidez para frenar las manifestaciones, arrestando a quienes participaban o incluso mostraban carteles en blanco u otras referencias veladas al conflicto. Los medios críticos fueron clausurados mientras el gobierno buscaba controlar la información. Los opositores políticos fueron señalados por el presidente, Vladimir Putin, o por comentarista en la televisión estatal.
Los legisladores aprobaron medidas que prohibían la difusión de “información falsa” sobre lo que el Kremlin denominó una “operación militar especial” y difamaban al ejército, y las emplearon contra cualquiera que hablase en contra del ataque o sobre las supuestas atrocidades cometidas por las tropas rusas.
A medida que la guerra alcanza los lánguidos días del verano ruso, algunos como Anastasia se sientes culpables de no poder hacer más para oponerse a la invasión, incluso dentro de los límites de las nuevas leyes.
Cuando las tropas rusas entraron a Ucrania el 24 de febrero, Anastasia dijo que su primer pensamiento fue vender todas sus posesiones y mudarse al extranjero, pero pronto cambió de idea.
“Este es mi país, ¿por qué iba a irme?", dijo a la AP. “Entendí que tenía que quedarme y crear algo para ayudar desde aquí".
Sergei Besov, un impresor y artista asentado en Moscú, también sintió que no podía quedarse en silencio. Antes incluso de la invasión, este activista de 45 años hacía carteles que reflejaban la escena política y los colocaba por toda la capital.
Cuando hace dos años los rusos votaron a favor de las enmiendas constitucionales que permitían que Putin se presentase a la reelección dos mandatos más después de 2024, Besov utilizó su vieja imprenta con pesados tipos cirílicos de madera y tinta roja antigua para imprimir carteles que únicamente decían “¡”En contra!".
Durante la manifestaciones registradas en Bielorrusia en 2020 luego de unas polémicas elecciones presidenciales y la posterior represión, hizo pósters con la palabra “Libertad” en bielorruso.
Tras la invasión de Ucrania, su proyecto, Prensa Partisana, empezó a hacer carteles con la frase “No a la guerra”, el principal lema antibelicista. El video de la impresión de las láminas se hizo viral en Instagram, y la demanda de copias fue tal que se regalaban.
Luego de que algunos de sus carteles fueran utilizados en una manifestación en la Plaza Roja y de que algunos de los que los portaban fuesen detenidos, quedó claro que la policía “vendría inevitablemente a por nosotros”, afirmó Besov.
Aparecieron cuando él no estaba, acusando a dos de sus empleados de participar en una manifestación no autorizada al imprimir los pósters empleados en ella.
En caso se ha alargado durante más de tres meses, agregó, causando mucho estrés por si serán castigados y en qué medida.
Besov ha dejado de producir los carteles de “No a la guerra” y opta por mensajes más sutiles como “El miedo no es una excusa para no hacer nada".
Considera que es importante seguir alzando la voz.
“El problema es que no sabemos donde están los límites", apuntó. “Se sabe que te pueden procesar por ciertas cosas, pero algunos han conseguido pasar desapercibidos. ¿Donde está el límite? Está muy mal y es realmente dificil".
Sasha Skochilenko, una músico y artista de 31 años de San Petersburgo, no logró evitar a las autoridades y enfrenta graves consecuencias por lo que creía que era una forma relativamente segura de difundir los horrores de la guerra: fue detenidas por reemplazar cinco etiquedas en un supermercado por otras pequeñas más pequeñas con mensajes contra la guerra.
“El ejército ruso bombardeó una escuela de arte en Mariúpol. Unas 400 personas se estaban escondiendo allí de los bombardeos", decía una.
“Reclutas rusos están siendo enviados a Ucrania. Las vidas de nuestros niños son el precio de esta guerra", apuntaba otra.
Skochilenko estaba realmente afectada por la guerra, apuntó su pareja, Sophia Subbotina.
“Tenía amigos en Kiev que estaban refugiados en el metro y la llamaban, contándole el horror que ocurría allí", dijo Subbotina a la AP.
En 2020, Skochilenko impartió clases de interpretación y cine en un campamento infantil en Ucrania y estaba preocupada por cómo les afectaría el conflicto a sus antiguos alumnos.
“Tenía mucho miedo por esos niños, porque sus vidas estuvieran en peligro por la guerra, por que las bombas cayeran sobre ellos, y no podía quedarse en silencio", apuntó Subbotina.
Skochilenko enfrenta hasta 10 años en prisión por cargos de difusión de información falsa sobre el ejército ruso.
“Para nosotros fue una sorpresa saber que habían abierto una causa penal, y una causa que implica una pena de prisión monstruosa de 5 a 10 años", dijo Subbotina. “En nuestro país, se dictan sentencias más cortas para asesinatos".
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La periodista de The Associated Press Francesca Ebel contribuyó a este despacho.