JALALABAD, Afganistán (AP) — Basheer era un joven combatiente del Talibán, recién salido de la adolescencia, cuando la organización Estado Islámico tomó su pueblo en el este de Afganistán, hace casi ocho años.
Los militantes locales del Talibán fueron ejecutados, a menudo decapitados, y sus familias fueron obligadas a ver las ejecuciones.
Basheer logró escapar y vivió clandestinamente en los años siguientes, en que EI controló varios distritos de la provincia de Nangarhar. Con el correr del tiempo, fue escalando posiciones en las filas del Talibán.
Ahora se lo conoce como el Ingeniero Bahseer y es el jefe de inteligencia del Talibán en la parte oriental de Afganistán, desempeñando un papel importante en la lucha contra EI. Nunca olvidó las atrocidades que presenció en su pueblo, Kot.
“No puedo expresar su crueldad en palabras. Lo que sea que se le ocurre, ellos hicieron cosas mucho peores”, declaró a la Associated Press en una reciente entrevista en su cuartel de Jalalabad, la capital de Nangarhar.
Desde su regreso al poder en Afganistán hace ocho meses, el Talibán asestó duros golpes a EI, pero esta organización extendió su área de acción a Pakistán, aumentando sus ataques allí. Analistas dicen que EI pasó a ser una agrupación terrorista que no conoce fronteras y que lanza feroces ataques en una región donde abundan las organizaciones radicales y violentas.
Su impacto es particularmente grande en el noroeste de Pakistán. Las consecuencias de un ataque suicida de EI son todavía visibles en los muros de una mezquita, semanas después de que el atacante hizo estallar su explosivo y mató a más de 60 fieles mientras oraban. EI dijo que el ataque suicida había sido perpetrado por un afgano de Kabul.
El ataque del 4 de marzo en la mezquita chiita Kusha Kisaldar en la parte vieja de Peshawar causó conmoción en Pakistán, aumentando el temor de que esté recrudeciendo la violencia terrorista en el país tras una progresiva declinación en la última década.
Los ataques empezaron a aumentar el año pasado y continúan escalando, según Amir Rana, director ejecutivo del Instituto de Estudios de la Paz de Pakistán, un centro de estudios independiente que está pendiente de los movimientos guerrilleros. Hacia fines de marzo de este año, había habido 52 ataques, comparado con los 35 de los primeros tres meses del año pasado, según el instituto. Los ataques, por otro lado, son más letales. En lo que va del año fallecieron 155 personas en ellos, más del doble que en el 2021, en que habían muerto 68.
Los peores ataques se los atribuyó una agrupación de EI que opera en la provincia de Khorasan y que es conocida como EI-K.
En Afganistán, en cambio, los ataques parecen haber disminuido.
EI-K asomó por primera vez en el 2014, en el este de Afganistán. Para el 2019, controlaba buena parte de la provincia de Nangarhar y tenía presencia también en la vecina provincia de Kunar.
La organización sobrevivió a una intensa campaña de Estados Unidos en su contra y constituye hoy el foco de violencia más peligroso que enfrenta el Talibán.
EI-K es un viejo enemigo del Talibán. Los talibanes hacen una extrema interpretación de las leyes islámicas y con frecuencia lanzaron ataques suicidas. Pero a menudo combinaron tradiciones tribales con edictos religiosos y les han tendido una mano a los chiitas. Estado Islámico, en cambio, tiene una ideología profundamente antichiíta y apela a atrocidades para generar temor. A diferencia del Talibán, el objetivo de EI es crear un califato que unifique el mundo musulmán.
El Talibán respondió con la fuerza que lo caracteriza, atacando los bastiones de EI. En octubre y noviembre los residentes de esas áreas informaron acerca de cadáveres que colgaban de los árboles. Se decía que eran militantes de EI.
Basheer afirma que el Talibán derrotó a EI.
“Controlamos todas esas zonas. Puede quedar alguna gente escondida en su casa, pero no controlan nada. Ya no existe Daesh”, expresó, usando el término con que se conoce al EI en esta región.
Agregó que el EI-K está en desventaja porque el Talibán es experto en la guerra de guerrilla. No hay nada que pueda intentar EI-K que no lo haya usado el Talibán, aseguró.
Observadores dicen que la fuerte presencia del Talibán en los pueblos de Afganistán y sus lazos con mezquitas y las escuelas madrasas hasta en los caseríos más pequeños redujeron el espacio de maniobra de EI.
EI-K no es la única organización extremista de la región. Hay otras como Lashkar-e-Taiba, activa mayormente en la India; los rebeldes uigures en China y un Movimiento Islámico en Uzbekistán.
Amira Jadoon, profesora del Centro de Combate contra el Terrorismo de la Academia Militar de West Point, en Estados Unidos, dijo que EI-K está debilitado respecto al 2019, pero que ha dejado de ser un movimiento insurgente para pasar a ser una organización típicamente terrorista, lo que representa una diferencia sutil pero importante, según ella.
“Como organización terrorista, es tal vez más fuerte que en el 2019, pero su capacidad insurgente mermó, dado que no tiene el mismo nivel de control territorial y no controla ninguna población civil”, dijo Jadoon.
Un informe de las Naciones Unidas de febrero señaló que EI-K cuenta hoy con unos 4.000 combatientes y “disfruta de mayor libertad que en cualquier otro momento en la historia reciente”.
Pero no todos coinciden con esa evaluación.
Bill Roggio, cuyo Long War Journal estudia los movimientos guerrilleros, dijo que muchos combatientes que se habían pasado del Talibán a EI-K, regresaron al Talibán ahora que volvió al poder.
“El Talibán se reforzó mucho tras su victoria en Afganistán”, expresó Roggio, quien es miembro también de la Fundación para la Defensa de las Democracias, una organización conservadora.
A diferencia del Talibán, EI-K no dice controlar territorios en Pakistán.
Lo que sí hace es acoplarse a agrupaciones antichiítas establecidas como Lashkar-e-Jhangvi. En ambos países, las dos organizaciones suníes consideran herejes a los chiitas y los atacan despiadadamente.
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Kathy Gannon está en https://twitter.com/Kathygannon