POR VERÓNICA KLINGENBERGER – Periodista – @vklingenberger
Respeto. Primero que nada, el aprendizaje más importante: revalorar a los profesionales que más inciden en nuestra evolución y supervivencia como especie. En primera línea científicos, doctores y enfermeros. En segunda, maestros y profesionales de la educación (¿ya se dieron cuenta, padres de familia, de que no es tan fácil educar? ¿Y ya nos dimos cuenta todos de que lucrar de manera desmedida con la educación es inviable, además de poco ético?: un llamado a aquellas organizaciones educativas que tengan una buena caja para ayudar a los padres de familia en esta situación, sobre todo porque están asumiendo la mitad de la tarea). En tercera, todos aquellos funcionarios públicos que asumen el reto y responsabilidad de decidir lo que es mejor para nosotros. Qué importante seguir atentos para asegurarnos de llenar todos esos puestos de personas capaces, honestas y con gran liderazgo. Es momento también de reconsiderar el valor de nuestros agricultores y profesionales dedicados a proveer nuestro alimento diario. También el de todas aquellas personas que se aseguran de mantener nuestras calles y barrios lo más limpios posibles. De seguro me olvido de alguien, pero ya entendieron la idea: hay muchísimo más por admirar que el simple hecho de hacer más plata.
Quietud. Después de esta pandemia, el mundo debería terminar de convencerse de una vez por todas de las ventajas que nos brindan las herramientas digitales de comunicación. ‘Esta reunión pudo ser una llamada’. Sí, y hoy nos queda más claro que nunca. O una videollamada, si queremos vernos. También hemos podido comprobar que al menos un par de días por semana muchos profesionales podríamos trabajar desde casa y lo haríamos aún mejor. Más concentrados, sin perder el tiempo en movilizarnos de la casa a la oficina, sin contaminar el aire que respiramos, sin estresarnos por llegar a tiempo, sin gastar plata en el pasaje o la gasolina, etc.
Austeridad. Se puede vivir con menos. Lo compruebo cada vez que saco la basura, hoy reducida a una pequeña bolsa con algunos residuos orgánicos y papel. ¿Para qué necesitamos llenar nuestros closets de ropa y zapatos? ¿En verdad es necesario pedir un delivery cuando tenemos suficientes opciones en casa para preparar un plato o un piqueo? Ya ni hablar de ese consumo exacerbado en la clase media y los sectores más altos: viajes, autos, accesorios de lujo. Reduzcamos nuestro consumo a todo nivel. Esta es también la acción más importante que podemos tomar para salvar el planeta. Y por otro lado nos enseñará también a fijarnos en lo que de verdad importa: las ideas, la sensibilidad y la conciencia colectiva. De paso, ya no nos sentiremos obligados a dejar la vida en el trabajo para poder acceder a una vida decente. Hay que trabajar para vivir y no al revés.
Solidaridad. Quizás la lección más importante. Las crisis, y esto lo saben bien las personas mayores que han vivido otras guerras, develan siempre de qué estamos hechos. Y esto no va solo para los que más tienen, sino para todos. Todos tenemos algo bueno para dar. Y como decía también PJ Harvey, todos tenemos también algo bueno para decir. Apoyémonos. Cuidemos los ingresos de nuestros trabajadores en la medida de lo posible. Hagamos las compras por ese vecino que hoy es más vulnerable que nosotros. Compartamos una videollamada con los abuelos. Acompañemos a los que están solos. Hagamos reír a cuantos podamos. Entendamos también las pataletas, los llantos, la crisis emocional en la que todos tenemos derecho de caer de vez en cuando. Y cuando todo esto pase, ayudémonos entre vecinos, organicémonos, compremos a los pequeños negocios, donemos lo que se pueda, cuidemos y aprendamos de los más débiles. Solo juntos saldremos de esta más fuertes. Y vaya que los peruanos sabemos lo que es ponerse de pie después de tantos golpes y caídas. Esta es solo una prueba más.
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