’Armas que ruedan’, por Verónica Klingenberger

POR VERÓNICA KLINGENBERGER – Periodista – @vklingenberger

Se necesita licencia para conducir un auto como se necesita licencia para portar un arma. Al final, se trata de lo mismo. Los accidentes de tránsito son considerados un problema de salud pública: producto de ellos mueren ¡al día! 1,2 millones de personas en todo el mundo. En el Perú, sin embargo, las medidas para evitarlos son aún precarias, informales e insuficientes. La muerte por atropello de dos chicos de menos de 35 años hace unos días nos obliga de nuevo a bajar un cambio y reflexionar.

Cuando tenía 18 años, una amiga vaticinó mi muerte. Me dijo que me iría en un accidente de tránsito. Lo dijo porque en ese entonces mi manejo se resumía a hundir el pie en el acelerador. Era joven y me creía inmortal. Aún así y a pesar de mi falsa sonrisa, sus palabras me asustaron. Años más tarde, un joven, también de 18 años, que conducía una camioneta a más de 100 km/h por la avenida Benavides, impactó el auto de mi cuñada (tenía 35 años) y se llevó su vida (y un pedazo grande de la nuestra) por delante. El dolor y la rabia que me produjeron su absurda muerte cambió para siempre mi percepción sobre la responsabilidad que asumimos a la hora de encender un auto.

Vivimos en una ciudad diseñada para que los coches corran sin importar lo que se les ponga enfrente. By-passes, carriles extras, pasajes que se convierten en calles, calles que se creen avenidas. Algunos urbanistas han propuesto ya nuevas formas de diseñar nuestra ciudad, donde las veredas no colinden con las avenidas, sino que cuenten con espacios intermedios como protección. Lo mismo para las ciclovías. ¿Pero cómo y cuándo ganará la sensatez en esta jungla? También se ha hablado de unos mecanismos automáticos en los automóviles que regulan la direccionalidad en caso de que el conductor pierda el control. Pero hasta entonces, ¿qué?

A mis 45 años soy prudente incluso cuando camino junto a una calle o avenida limeña (pienso, curiosa y repetidamente, en autos que pierden el rumbo y se desvían arrollándome). Puede que sea el residuo de un trauma o la resaca de todo lo vivido, pero como sea soy consciente de que nuestros cuerpos son frágiles y basta un descuido que dure un segundo para que algo impacte contra ellos como un misil. Sobre todo en estos tiempos en que peatones y conductores (¡!) rodamos por la vida con un teléfono pegado a las narices. Hasta Herzog hizo un documental sobre los peligros de manejar en la era del whatsapp. Se llama From One Second to the Next (2013) y fue producido por algunas (¿culposas?) compañías de telecomunicaciones como AT&T y Verizon. Está en YouTube y dura apenas 34 minutos.

Hay millones de accidentes que están esperando ocurrir y de verdad que desde hace años solo se me ocurre una cosa para evitar ser parte de uno: ir lento. No tengo apuro en alcanzarlos.

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