POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
A mí me gusta, a ti no. Qué más da. Tú opinión importa es solo el eslogan de una mala radio. El Nobel de Literatura lo ganó un músico. Un músico que escribe canciones geniales (para mí, claro, y para unos cuantos millones de personas más) y que dudo haya pretendido que se lean jamás como poesía o gran literatura -aunque la verdad con Dylan nunca se sabe-. Perdieron, en cambio, muchos escritores influyentes como Haruki Murakami o Philip Roth -si eres fan de alguno de los dos, quédate tranquilo: no lo ganó Proust ni Joyce ni Borges-.
No recuerdo haber visto una pataleta igual cuando, por ejemplo, le dieron el Nobel, el año pasado, a una escritora y periodista bielorrusa cuyos libros recién se tradujeron al español luego de tal distinción. Ningún lector se animó a levantar el índice y señalar a Svetlana Aleksiévich como la nueva metida de pata en Estocolmo simplemente porque nadie la conocía. Es más fácil mostrarse irónico frente a las letras que escribió un Dylan de 22 años y criticar la elección no solo por una cuestión genérica, sino también de gustos. Me pregunto si muchos de ellos saben que el Nobel de Literatura ha sido entregado a tantos otros creadores de esperpentos.
Aunque su página oficial en Facebook ya ofrece unos mamotretos que recolectan todas sus letras, Dylan aún no opina sobre esa discusión. Pero millones de escritores, periodistas, músicos, críticos literarios, lectores y no lectores, fans de Dylan, amantes de la música a los que no les gusta Dylan y todo lo contrario, tuvimos algo que decir al respecto. Lo humorístico es que una vez que tomamos posición nos armamos de todo lo que podamos para reforzar nuestra postura. La sorpresa fue grande para la mayoría no importa cuánto conozcamos la obra -como es común, la mayoría de detractores no la conoce en lo absoluto o tiene apenas una idea a partir de una que otra canción-, pero lo curioso es que por más arriesgada que haya sido la decisión de la Academia Sueca, muchos vieron la elección como una astuta acción de marketing: ok, premiemos a un músico, pero a uno del cual todos tengan algo que decir.
De todas los argumentos que he leído, de un lado y del otro, el más claro me parece el de los suecos. Para ellos, Dylan merece el premio por crear ‘nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense’. Te guste o no, difícil ir contra eso. Es un hecho y su influencia ha sido brutal.
El diccionario define literatura como el arte de la expresión verbal así que supongo que al final lo único que debería importarnos es la palabra, da igual si ésta es leída o escuchada. Pero no intentes recitar las letras de Dylan como si fueran poemas épicos o románticos. Las suyas son canciones, no poemas. Entonces, ¿debemos considerar la canción como un subgénero literario? ¿Necesita la música un empujoncito de la literatura como si ésta fuera un arte mayor? ¿Cuál es el verdadero poder de la Academia además de disparar las ventas de la obra del autor?
Algunos están convencidos de que la decisión de la Academia compromete un arte y una industria cada vez más débiles. Otros creen que este tipo de decisión repercute en modelos artísticos y de negocio que terminan perjudicando el valor y la calidad de la obra. Lo cierto es que resulta divertido descubrir que muchos liberales en política resultan ser los más conservadores en el arte. Ojalá muchas personas se acerquen a la obra de Dylan y sientan que sus vidas se enriquecen con ella de la misma manera en que lo hicieron con sus libros favoritos.