Verónica Klingenberger
Esta es una carta de despedida para un chico que nació al sur de Londres, vivió todas las vidas que se le antojaron y disparó nuestra singularidad e imaginación hasta la estrella más lejana. David Robert Jones , David Bowie para nosotros, se ha ido de este mundo de la única manera que le era posible: como un verdadero caballero, como un ser humano querido y admirado, y como uno de los artistas más creativos, auténticos, misteriosos y cuestionadores que han existido.
Bowie hizo que todos aquellos que nos sentíamos raros, por las razones que fueran, supiéramos que ser distintos estaba bien y que no estábamos solos. ‘Nunca podría ajustar mi vida a la expectativa de otro’, dijo en una entrevista. Él nos enseñó que la sexualidad puede ser tan voluble como dos (o más) personas adultas quieran que sea, y lo hizo a fines de los 70, enfundado en pantalones de licra y en tacones cuando el rock era un territorio de machos que todavía olía a testosterona y motocicletas. Él fue quien se atrevió a preguntarle a un periodista de la MTV en 1983 por qué la cadena de televisión más grande y popular de EE.UU. no incluía más videos de músicos negros en su programación. Él fue quien hizo de todo y lo hizo todo a su manera. Puede sonar a disco rayado, a cliché si quieres, pero como él mismo dijo: ‘Eso es lo chocante: todos los clichés son verdad’.
Bowie fue un escritor extraordinario. Sus letras, cargadas de poderosas imágenes, son profundas y enigmáticas, perfectas para estimular la creatividad de quien las escucha. Sus melodías y experimentación musical lo pusieron siempre a la vanguardia. Fue el marciano que alguna vez dijo que lo que hacía y lo que le interesaba no eran cosa del otro mundo, pero que casi siempre hacía y le interesaban cosas distintas a las de todo el mundo. Como todos, tuvo héroes. Adoró a Coltrane, Little Richard, Harry Parch, Velvet Underground, John Cage, Edith Piaf, Lorde… Su héroe máximo fue John Lennon , ‘mi mentor más grande’, como dijo en un discurso de graduación en Berkeley en 1999. ‘Supongo que él definió para mí, de todas las formas posibles, como uno puede girar y convertir la fábrica del pop e imbuirla de elementos de otras disciplinas artísticas, casi siempre produciendo algo extremadamente hermoso, poderoso y teñido de rareza’.
Luego de su discreta muerte, ocurrida el segundo domingo del año, el mundo se sintió más desolado. Por primera vez, su grito de ‘¡no estás solo!’ del clásico Rock ‘N’Roll Suicide no pudo darnos consuelo. Desde entonces, muchos buscamos mensajes ocultos en el disco que lanzó apenas tres días antes de morir y al que bautizó con el símbolo de una estrella negra sobre un fondo blanco, su nombre artístico escrito debajo, como una especie de constelación que promete iluminarnos desde arriba. Blackstar parece ser un ensayo sobre la vida y la muerte y, por qué no, de la vida después de la muerte. Lazarus, canción que escribió para un musical Off Broadway sobre el personaje de Thomas Jerome Newton, el hombre que cayó en la tierra, empieza así: ‘Mira aquí arriba, estoy en el cielo / Tengo cicatrices que no pueden ser vistas / Tengo drama que no puede ser robado / Todos me conocen ahora’. Y termina de esta forma: ‘De esta manera o de ninguna manera / Sabes que seré libre / Como ese pequeño pájaro azul / ¿No es acaso un poco como yo?
Al final, Bowie siempre se las ingenió para elevarnos, para estirar nuestra imaginación, para hacernos creer que le habla a cada uno de nosotros. Y es bonito sospechar que algunos artistas, esos que nacen cada tres o cuatro décadas, tienen el poder de lograr una asombrosa cercanía con millones de extraños. El luto será una experiencia reveladora y tendrá el mejor soundtrack posible. Descansa en paz, David Bowie, esta vez nosotros cuidaremos tu sueño.