Por Zoë Massey
Confieso haber reeditado mi columna de hoy y también confieso que no iba a mencionar aquí lo que ya muchos sabemos, hemos visto, sentido, percibido, cuestionado, juzgado, señalado y, con gusto puedo decir, respondido.
La cultura y la libertad de expresión han sido golpeadas esta semana aquí y más allá, aunque hoy ya todo se siente muy cercano. Debido a esto somos nosotros los que salimos más heridos. En un país que grita con urgencia que necesita avanzar, vienen algunos a meternos cabe, a hacernos tropezar, caer a veces. Me dijeron por ahí que soy ‘caviar’ (¿?), que me intereso en estos temas que no son tan importantes. Sigo sin entender ese calificativo, pero en todo caso prefiero que me digan caviar a huevera.
Hoy le consulté a alguien a quien leo mucho, cómo podría poner en palabras todo esto. No quiero sonar parcializada, sino dolida, porque todo esto me da miedo en el fondo y no tan en el fondo. Me da náuseas reales, vértigos, mareos. Sobre todo me duele, me hace recordar tiempos pasados que no debemos repetir. Me provoca gritar hasta que me duela la garganta ‘nunca más’. Pero no sabía cómo ponerlo en palabras claras, coherentes, mesuradas. Él me respondió: ‘Eso está bien, lo que acabas de escribir está paja’. Y respiré.
Lo voy a poner claro: nadie tiene derecho a hacernos retroceder. Al margen de si te gustó o no la gestión municipal anterior, el acceso a la cultura es un derecho con el que todos nacemos y nadie debería tan suelto de huesos venir a recortárnoslo solo por un extraño deseo errado de figuración. Si yo estuviera en su lugar haría lo contrario, continuaría lo que hay, mejoraría eso que me parece mal, sumaría fuerzas… Qué es ser autoridad política sino darse a su pueblo, a su ciudad. No es un premio al ego más grande, que parece ser lo que anda reinando en nuestro país en todas las esferas.
El domingo me fui a dormir con un hueco en la panza. Un programa anunciaba una investigación ‘secreta’ (y sospechosamente filtrada) a una obra de teatro que fue considerada dentro de las mejores del año que pasó, si no la mejor. Y no es una investigación cualquiera, es una en la que se escudriña entre todos los rincones porque por ahí a algún figureti se le ocurrió que hacía apología al terrorismo. Honestamente, ¿alguien se ha puesto de verdad a pensar qué significa esto en nuestro país y nuestra historia? ¡’Apología al terrorismo’ señores! ¿Han pensado en el efecto que esto puede tener para los implicados? ¿Para sus trabajos? ¿Qué pasará con el apoyo de la empresa privada a puestas en escena futuras? Imagino que no, el show es más importante.
A mí las náuseas esa noche me hicieron dormir tarde y mal. Me vinieron a la mente pasadas censuras, colectivos de respuesta, pero sobre todo miedo e impotencia al no poder expresarnos. Recordé cómo artistas fueron culpados, perseguidos y hasta encarcelados. Y sobre todo, la facilidad con la que algunos relacionan cultura con peligro. Esa misma facilidad que los hace usarnos a nosotros, artistas de cualquier rama, como cortina de humo ante sus propias carencias y fallas. Náuseas.
Repito, entonces, lo que vengo diciendo hace un tiempo: tengo la suerte de que me educaron muy bien y no sé quedarme callada ante la injusticia. Es por eso que hoy no me callo. Tampoco lo hagas tú, no te quedes atrás. Sigue yendo al teatro, a las plazas, a los museos, a las galerías, exige que sigan (sigamos) trabajando. Como artista me ofende que nos quieran usar de nuevo para tapar las cochinadas que pasan en el país. Como comunicadora me pone nerviosa que en algún momento nos quieran callar. Yo por todo esto hoy no me puedo callar, y si intentaran hacerlo tomaría la calle con arte, porque yo soy La Cautiva, yo soy FAEL, yo soy museos, yo soy arte, yo soy cultura, yo soy voz, yo soy mi país. Y tú también.