Por Diego Castillo
En tres años entrevistó a 70 personas, hizo 25 versiones y perdió 25 kilos para poder publicar Un hombre flaco, perfil sobre Julio Ramón Ribeyro, cuyo primer lote se agotó en pocas semanas en las librerías de Lima. ‘Van a venir más copias, pero seguro va a costar el doble. Yo ya lo publiqué, ahora que se maten’, nos dice el periodista y escritor Daniel Titinger (38), mientras bebe un Expreso en el Café Verde de Miraflores.
En su brazo derecho destaca un tatuaje con una frase de Julio Ramón: ‘Donde empieza la felicidad, empieza el silencio’. Sabemos que será una conversación apasionada.
En el libro se cuentan intimidades de Ribeyro como anécdotas con amigos o la relación que tenía con su cuerpo, ¿qué elemento te resultó fundamental? La entrevista con su viuda Alida en París. En ella encontré a la persona adecuada para comenzar la historia. Parto con ella, casi termino con ella, y ella va apareciendo en retazos del libro.
No es un secreto que ellos tuvieron un matrimonio complicado, y antes de que Julio regrese a Lima ella le dijo ‘ándate y sé feliz’… No sé si ‘amor’ describe su matrimonio, pero sí ‘generosidad’. Lo dejó fumar cuando estaba muriendo, sabía de las amantes y lo dejó ir a Lima cuando Ribeyro iba a morir en el 73. No creo en Alida como una viuda mala. Pongo las malas opiniones, pero también la mía. Y pienso que ella lo salvó.
Fuiste a conversar con ella en compañía de Jorge Coaguila, el biógrafo de Ribeyro, ¿cómo se dio el acuerdo para que él colaborara en tu libro? Él solo quiere que Ribeyro sea reconocido, y quiso ir conmigo a París porque sabía que yo iba a publicar esto. A él le faltaba la entrevista, y ahora a mí me falta su biografía. Se esperaba la biografía mucho antes, pero ya no depende de él, sino de una editorial.
En una entrevista dijiste que Coaguila no iba a dejar vacíos, ¿a qué te referías? A los vacíos del final de su vida. Ribeyro dejó de escribir sus diarios en el 94 y conocemos lo que se escribió hasta 1978. Si hay alguien que los ha leído con devoción es Jorge Coaguila.
¿Qué sentiste cuando Anita Chávez, la amante de Ribeyro, te dijo que no quería hablar para el libro? Un sabor agridulce. La conozco de años porque Alfredo Bryce y yo somos amigos, y ellos estuvieron casados. Es un tema doloroso para ella, y lo respeté. Da pena que un personaje tan importante no quiera conversar, pero los silencios informan y el suyo terminó aportando.
Y de haber hablado, ¿qué más hubiese aportado? Bueno, me hubiese ayudado a captar mejor la intimidad de los últimos años de la vida de Ribeyro. Tuve que trabajar cuatro veces más para entender su final. Si alguien estuvo más cerca de Ribeyro antes de morir, además de su gran amigo Guillermo Niño de Guzmán, fue Anita.
¿Cabe la posibilidad de publicar sus diarios inéditos? No. Es más, ahora yo soy un defensor de que no se publiquen. Ribeyro corregía mucho. Los diarios que él publicó se parecían poco a los manuscritos originales. Quitaba, ponía cosas, sacaba gente. Sacó por pedido de Alida a ella misma y a su hijo Julito.
Es increíble cuando relatas ese primer encuentro entre Bryce y Ribeyro, en el que ‘el flaco’ toca la puerta de su casa, sin conocerlo, para pedirle una cámara de fotos y registrar el nacimiento de su hija, pero terminaron tomando y se olvidaron de la niña… Conozco a Bryce de años, él exagera la vida. Creo que se juntaron a tomar y le pidió la cámara, pero no creo que Ribeyro no haya visto nacer a su hija. Es increíble, pero tan gracioso, que al leer se entiende que a Bryce no es que uno le crea o no, sino que ayuda a trazar el perfil Ribeyro.
En el libro recuerdas cosas extrañas que le sucedían a Ribeyro, como cuando en la edición francesa de Los gallinazos sin plumas apareció un sudafricano en vez de él… Lo del moreno es increíble. ¿Hasta qué punto se puede creer? Ribeyro sentía que todo pasaba por algo. Aunque más que mal humor, creo que esas cosas lo hacían reír, pensar que el mundo jugaba con él, que la vida tenía sentido del humor.
¿Qué te deja la aventura de hacer este perfil? Me obsesioné, me tatué una frase de Ribeyro en el brazo casi al terminarlo. No quiero escribir una línea más. Escribir es como una maratón. Cada paso es agotador, pero hay una alegría infinita al llegar a la meta. No puedes correr al día siguiente. Ahora estoy en proceso de rehabilitación.
En el libro dices que este ‘es un homenaje a mi escritor favorito’, ¿fue la única razón para escribir sobre él? Sí. Por Ribeyro se siente devoción. Era mucho más devoto de él en mi juventud. Por eso creo que no hay mejor lector de Julio Ramón que los jóvenes. Y este es un libro muy personal, un homenaje al que fue mi escritor preferido.
EL DATO: El primer tiraje de Un hombre flaco se agotó en Lima durante su primera semana. Ahora, ya se le puede encontrar en las distintas librerías de Lima. En El Virrey de Miraflores se puede conseguir a 39 soles.