Por: Verónica Klingenberger
El mal de nuestros tiempos además de Cipriani parece ser la falta de tiempo. Correr al trabajo, responder decenas de correos (dejar de responder cientos de ellos), apagar los incendios del caso, delegar lo que podamos, asistir a decenas de reuniones inútiles, a un par productivas, correr de nuevo a la computadora, darle like rápidamente a lo que podamos ver en Facebook, volver al reporte del caso, a la proyección del mes, al planeamiento del año, responder llamadas, solucionar temas domésticos por teléfono, postear una foto de un plato de comida o lo que sea que dé la impresión de que tenemos una vida más feliz que la verdadera , zambullirnos en el tráfico, intentar hacer un poco de deporte o angustiarse por dejar de hacerlo un día más , encontrarnos con algún amigo, escuchar que anda como loco con la cantidad de cosas que tiene que hacer, intentar leer al menos 30 páginas del libro abandonado en la mesa de noche, dormir mal, apagar el despertador por la mañana, volver a empezar. Si tienes hijos, haz el cálculo de la dosis extra de obligaciones y necesidades. ¿Agotador, no? Ahora detente un segundo porque todo podría ser un invento.
Un artículo de Hanna Rosin en la revista Slate habla sobre el libro Overwhelmed: Work, Love, and Play When No One Has The Time, de Brigid Schulte, un trabajo que ahonda en la epidemia de los ocupaditos. Y algunas conclusiones me suenan convincentes. Esta peste social no sería otra cosa que una suerte de nuevo estatus cultural. Tradúcelo así: si eres alguien importante debes estar a mil. Estar ocupado se percibe como una virtud. En cambio, tener tiempo libre es síntoma del peor de los males: ser un huevero. O sea, si quieres quedar como alguien influyente o poderoso, compórtate como un cretino y no dejes de repetir que no tienes tiempo para nada. Camina rápido, piensa poco, haz todo mal y doble, intenta parecerte lo más que puedas a un robot de pocas funciones al que le falta un tornillo. Y sobre todo, no respondas eso que podemos denominar los correos y llamadas problema. Proveedores a los que tu empresa no les ha pagado, por ejemplo. Amigos o conocidos que necesitan de tu ayuda. Total, siempre puedes estar en reuniones. No resuelvas, torea. Pero, sobre todo, no olvides repetir una y otra vez lo abrumado que estás con tantas responsabilidades y tareas.
Quizás deberíamos sumar una obligación más a nuestra lista de quehaceres: recordar que un buen día voy a morir, a ver si me enfoco en vivir y ser un poquito más decente . Ya, sí, un tanto macabra la cosa, pero hay que mantener la perspectiva y siempre tener en mente el deadline más importante.
En su artículo, Rosin presenta también los estudios de John Robinson, un sociólogo conocido como Father Time, que ha sido uno de los primeros en recoger los diarios del uso del tiempo del trabajador estadounidense promedio (probablemente el individuo más ocupadito de todos). Robinson nos revela otro potente antídoto. Es simple. Consiste en dejar de verbalizar lo agobiados que andamos. Así que, a menos que seas un cirujano excepcional o uno de los asesores de Barack Obama, haz lo que puedas. Y hazlo lo mejor que puedas. Next!