Por: Ximena Arrieta
¿De qué trata esta nueva obra Padre Nuestro? Es una obra de teatro testimonial en la que cuatro hombres cuentan sus experiencias de crianza y su relación con la paternidad. Es una especie de secuela de Criadero, que fue la versión femenina del mismo tema.
¿Por qué decides realizar esta nueva versión? ¿Solo por el éxito de la primera? Por el éxito y también porque Criadero generaba la pregunta de qué es lo que piensan los hombres sobre este tema y ver cómo se paran frente a él. Los hombres que asistieron a Criadero reclamaron esta versión, reclamaron que también se escuchara su voz. A mí misma me parecía que Criadero estaba inconcluso, que le faltaba su otra mitad.
Al hacer Padre Nuestro, ¿pudiste dejar de lado tu mirada femenina? No es fácil dejarla de lado, pero tampoco fue mi intención. No he querido silenciar mi visión, pues, al fin y al cabo, esta es una obra escrita y dirigida por una mujer y eso también es interesante. De todas maneras, cualquier tipo de teatro testimonial presenta una versión de las personas, no tal y cual son. En este caso es una versión compartida de lo que tanto los actores como yo queríamos mostrar.
¿Es difícil hacer que los hombres saquen a relucir su lado interno? Culturalmente los hombres están más atados a las apariencias, no les han enseñado a indagar y verbalizar sus emociones. La verdad es que los cuatro chicos con los que he trabajado tienen muchas habilidades para verbalizar lo que sienten y contar su historia. Es un versión del hombre más feminizada, en el buen sentido.
¿Cómo es eso? Son hombres más involucrados en el mundo emocional, que pueden referirse a él, que pueden hablar con sus parejas sobre sus emociones y que también se permiten llorar, decir que tienen miedo y admitir que son vulnerables. Es como romper con la idea del hombre macho. Creo que hacia eso vamos. Las nuevas generaciones tienen esas características, pues tienen que adaptarse a un mundo en el que las mujeres también mandan y deben aprender a sacar a relucir sus nuevas características. Tienen que probar sus nuevas habilidades para estar conectados con lo que les pasa emocionalmente.
¿Qué características debían tener los actores que iban a participar en esta obra? Tenían que ser hombres valientes, interesados en meterse a una aventura tan intensa como el teatro testimonial. No cualquiera quiere hablar en el escenario sobre sus rollos. Y también necesitaba gente que tuviera una historia que contar sobre ser padres y cómo fueron criados. Así nos quedamos con los cuatro actores que tenemos en escena.
Imagino que durante el proceso de creación hubo momentos muy sentimentales, ¿se dieron? Si bien sabemos que los hombres lloran, pero a escondidas, ese tipo de catarsis no se dio, a diferencia de lo que pasó en Criadero con un elenco femenino. Pero sí los he visto muy vulnerables. Su manera de manifestar el miedo es diferente, es más exterior. Pueden enfermarse, se molestan, se accidentan. Son pequeñas manifestaciones que yo, que soy mamá, interpreto rápidamente como terror.
De hecho fue una experiencia liberadora para ellos. Yo lo estoy sintiendo así. Han habido momentos de resistencia, pero ahora, ya tan cerca al estreno, veo a los actores más liberados. Han podido reflexionar sobre sus historias y verse como en un espejo.