Por: José Barreto
Hay lugares que nos transportan. Esos que, lejos de la rutina y el tugurio, entremezclan la historia y la naturaleza y nos hacen creer que el paraíso está en la tierra. Un lugar de aquellos es la isla de Barú, la nueva perla turística de la ciudad de Cartagena de Indias, capital del departamento de Bolívar en Colombia.
El solo hecho de trasladarse hacia Barú es ya una experiencia reconfortante para los sentidos. Uno de los caminos en esta isla de 9 mil habitantes nos lleva a adentrarnos hacia el sur en las aguas de las playas de Marbella, en el Mar Caribe. Los 34 grados de temperatura, la brisa y el resplandeciente sol hacen de los 45 minutos de recorrido un auspicioso preámbulo del plato fuerte.
Pero la ruta terrestre, aunque más larga, es la mejor opción para quienes pisan por primera vez suelo cartagenero. En la hora y media de trayecto desde el aeropuerto Rafael Núñez hasta Barú podremos ver los barrios de las dos islas previas a nuestro destino: Mangas y Manzanillo.
Interconectadas por puentes, el denominador común en ambas es su gente cálida, sonriente, con un dejo que te pone de buen humor. En Mangas, una preciosa zona residencial, sobreviven muchas construcciones de estilo morisco. Además, ahí está el primer cementerio de todo el departamento, donde yacen los restos de varios próceres de la independencia colombiana.
La isla está conformada por tres pueblos: Ararca, Santana y Barú, dedicados íntegramente a la agricultura y la pesca, pero desde hace ya algún tiempo, también al turismo. Para llegar al pueblo de Barú nos abrimos paso por un interminable bosque tropical, con pantanos y manglares. De pronto, ya completamente alejados de la ciudad, inesperadamente se abre ante nuestros ojos el Mar Caribe. Arena blanca, aguas celestes, mujeres hermosas y un sol radiante nos dice que llegamos al paraíso.
A ritmo de champeta (fusión entre música africana e indígena colombiana) vamos recorriendo aún extrañados la inefable mezcla entre selva y playa.
Al llegar a Playa Blanca, decenas de parejas jóvenes, ejecutivos que huyen del estrés de la ciudad, adultos mayores y familias enteras de todas partes del mundo parecen haber encontrado el lugar perfecto para dejar atrás los problemas.
Sin embargo, y sin temor a equivocarnos, Playa Puntilla es de lejos la mejor playa de Barú. Esta playa privada, dentro de los dominios del Hotel Royal Decameron , es la cúspide del lujo natural. ‘Barú antes era solo una ruta de paso para nuestros huéspedes en Panamá. Pero el gusto por estos paisajes tan exóticos han hecho que los tres años que llevamos aquí tengamos un lleno frecuente’, nos cuenta Camilo Acevedo (27), jefe de atención del Hotel Royal Decameron Barú. ‘Gente de todo el mundo hace con seis meses de anticipación sus reservas’, agrega este cartagenero, encargado de mantener felices a los aproximadamente 1.300 huéspedes del hotel.
Las tranquilas aguas de Playa Puntilla permiten practicar kayak, remar, bucear y hacer snorkel, y hasta ver el atardecer en vela, todo bajo la supervisión de un instructor. Y si luego de tantas actividades marinas se te abre el apetito, la barra del hotel te surtirá de deliciosos snacks y bebidas.
Y si eres de aquellos que prefiere primero apreciar el paisaje, un buen ‘dictador’ -bebida a base de ron- en la mano es la compañía perfecta para ponerse bajo la sombrilla y respirar la brisa.
En suma, la fiesta y el goce en Barú están asegurados. Aquí el placer de comerte una buena arepa con el indescriptiblemente hermoso Mar Caribe al frente no tiene precio. Aún es poco el tiempo que Barú tiene como destino turístico, pero no hay duda de que se convertirá en un destino favorito de todos aquellos que buscan un pedacito del cielo en la tierra.