Me voy a ver a los viejos. Una semana y tres grandes: Neil Young y Patti Smith juntos en una noche. Dos noches después, The Who con Quadrophenia. No soy de las que creen que la buena música murió en los años setenta, pero sí doy fe de que muchos de los músicos que surgieron en la década anterior y la convirtieron en lo que fue siguen componiendo canciones y editando discos que están entre los mejores de estos tiempos.
Aprovechemos que es fin de año y que se vienen las listas al estilo ‘lo mejor del 2012’ para, al menos, garantizar su productividad. En toda selección digna que publiquen los medios especializados este año encontrarás tres discos claves (si el autor no lo hace, desconfía de él): Psychedelic Pill, de Neil Young y Crazy Horse, la mejor banda de garage rock de la historia (sin ellos The Replacements, Nirvana, Pearl Jam o Dinosaur Jr no habrían sonado como sonaron); Tempest, de Bob Dylan , y Banga, de Patti Smith.
No te sorprendas si algunas listas de fin de año incluyen también lo nuevo de otros veteranos como Bruce Springsteen , Leonard Cohen y Van Morrison . Sesenteros y setenteros que no tienen -felizmente- ninguna gana de colgar la guitarra.
No es que las canciones de esos discos suenen jóvenes ni tampoco que ellos quieran verse jóvenes. Son canciones que suenan como si siempre hubiesen estado ahí, como si hubieran sido escritas hace mucho tiempo, pero también como si pudieran ser escritas mañana. Son canciones compuestas por tipos que vivieron rápido pero no murieron jóvenes. Artistas que, como dijo Keith Richards -quien también celebra los 50 años de los Rolling Stones con conciertos en Londres y Brooklyn-, han vivido ocho vidas en una y siguen mirando hacia adelante.
Y eso se nota claramente en sus melodías sin tiempo y también en las historias que cuentan: historias de conquistadores que atravesaron los mares para llegar al nuevo mundo o de grandes cruceros que naufragaron. Historias, pues, que resumen todas las historias.