Heisenberg: el cocinero más temido de la TV

Nuestra columnista Verónica Klingenberger nos cuenta sobre la destacada serie Breaking Bad, protagonizada por Bryan Cranston y Aaron Paul.

Al comienzo, todos queríamos ser como él y darle una lección a los villanos más crueles valiéndonos solo de una tabla periódica… ¿Cómo no estar del lado de un profesor de química, con un hijo adolescente con retraso mental, un bebe en camino y una esposa rubia y amorosa? ¿Cómo no entender a ese hombre que jamás levanta la voz cuando el cáncer llega a su vida y decide usar la química para algo más rentable como cocinar metanfetaminas?

Su decisión, condenable seguramente, viene protegida de algo que nos toca a todos y que es el mantra en el que Walter White, nuestro héroe, se refugia: ‘Todo lo que hago es por proteger a mi familia’. Si vas a morirte de cáncer, lo más probable es que tu única preocupación sea dejar a tu familia asegurada. Pero cuando White se convierte en Heisenberg, su álter ego en el mundo de la mafia, algo cambia para siempre y cada día nos gusta menos. El profesor nerd descubre el gozo en hacer temblar a los narcos más temidos con solo fruncir el ceño y se convierte en el mismo peligro.

Breaking Bad es la serie más celebrada del momento. En su quinta y última temporada, su creador y sus protagonistas se han apoderado de la carátula de Rolling Stone y de decenas de reportajes y entrevistas en los principales medios. Sus espectadores se reconocen como yonquis de una trama que repele y fascina por su complejidad dramática y sus recursos audiovisuales. Pero, ¿qué efecto genera esta nueva droga televisiva? Su lenguaje audiovisual es un lujo para la tele, con muchos de los más destacados directores de cine independiente detrás de sus mejores episodios. Sus personajes han sido complejamente construidos. Ahí está Hank, el cuñado de Walter, agente de la DEA, un gordo campechano cuya intuición y constancia podrían hacerlo el héroe escondido que nos recuerde cuánto nos tranquiliza saber que el bien todavía puede vencer al mal. Al menos en la ficción. Y ahí está Jesse Pinkman, el chico malo más dulce que hayamos conocido.

Pero hay algo más, algo que tiene que ver con esa descomposición moral sin espacio para el arrepentimiento, el retiro o el perdón. En inglés, breaking bad significa romper las reglas para vivir al borde de ellas. Es dejar de ser una buena persona. Es ver cómo el ego y el odio te llevan a tomar malas decisiones. ¿Y qué más podíamos esperar de un científico condenado a muerte con la autoestima altísima y el reconocimiento bajo? El budismo no era una opción. Quizás, el epic bad boy solo nos muestre lo fácil que es dejar de esforzarse por encajar en un sistema y eso nos fascina y aterra a la vez.

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