Venezolanos en Perú: tres historias de la dura vida de los migrantes

La situación que vive Venezuela golpea cada vez más fuerte y la desesperación por no poder tener una vida digna ha llevado a muchos a buscar el futuro fuera de sus fronteras. Entre los miles de venezolanos que llegan al Perú hay historias de vida para dimensionar todos los escollos que enfrenta un migrante.

El factor común de estos casos es su presencia en el Centro Binacional de Atención Fronteriza – CEBAF. Se tratan de instalaciones ubicadas en la zona fronteriza de Tumbes donde se realiza control del flujo de personas, equipajes, mercancías y vehículos, y se brinda servicios complementarios al usuario.

Precisamente allí es donde entra a tallar la Cruz Roja Peruana. Ellos nos compartieron tres historias de supervivencia, pero también de lucha y valentía para afrontar lo que les toca vivir.

Los vecinos ‘Brisas de amor’

Desde el cálido y entrañable oriente venezolano llegó a Perú un grupo de vecinos del estado de Anzoátegui, Venezuela. Karen, la autora de la idea de migrar en caravana, comenta entre risas: ‘Hace unas semanas, toqué la puerta de cada uno de ellos y les dije que teníamos que irnos juntos a buscar un nuevo futuro, que en otro país podíamos comenzar nuestra nueva vecindad’.

No pasaron más de dos días y Carmen, Yerida, Irene y ella decidieron vender todo lo poco que tenían para poder comprar un pasaje hacia Cúcuta, después de eso todo era incierto. Ellas cuentan que la necesidad y la falta de alimento hicieron que no importe abandonar sus casas en Barcelona, Anzoátegui y decidir buscar un nuevo camino fuera de Venezuela.

“Nos estamos yendo todos, mis hijos y mis vecinas, lo demás ya no es importante’ comenta Irene después de secarse las lágrimas. ‘Si usted supiera todo lo que ha pasado este grupo de vecinos; hemos caminado bajo el aguacero, hemos sentido un frío al que no estábamos acostumbrados, hemos comprendido lo que significa tener un par de buenos zapatos para poder hacer un viaje tan largo; pero mírennos ahora, estamos sanitos en Perú’, subraya.

A pesar de haber dejado atrás una vida, los vecinos ‘Brisas de amor’ como se hacen llamar, cuentan que nunca se dejaron ganar por la amargura o la tristeza y que, si hasta el día de hoy mantienen su fortaleza es porque descubrieron que unidos pueden más. ‘Ni siquiera el peso de las 12 maletas que cargamos nos van a vencer’, asegura Yerida mientras enseña sus bolsos.

Viajar en equipo les ha permitido sentirse más seguros y protegidos. Hoy, los vecinos han pasado por el control de vacunación en el Centro Binacional de Atención en Frontera, CEBAF, y comentan entre risas, cómo entre todos se dan ánimos para no pensar en las inyecciones. Irene, la mayor de la tropa con 42 años, hace una pausa a la risas y explica lo importante que es para ellos cuidar de su salud.

“Hasta uno de las guerreros más pequeñitos del grupo con tan solo 5 años nos cuida y cada vez que encuentra por la calle una posta médica nos dice para entrar y es que es verdad, si no tenemos salud, no podremos llegar a nuestro destino final, la ciudad de Lima’, comenta.

En una oportunidad, llegando a Quito, el hijo mayor de Karen, con de 19 años, sintió cólicos estomacales y ese problema no les permitió seguir avanzando. Cuentan que en ese momento decidieron tener un pacto como equipo: si uno de ellos se enfermaba, todos tenían que protegerlo y así nunca dejar de lado a ningún miembro de la vecindad.

La hija de Yerida de 11 años, se atreve a hablar y cuenta que en las carreteras, cuando les toca caminar por largas horas, mucha gente les grita desde los autos ‘¡Fuerza venezolanos, no se cansen!’ Y que esas palabras siempre alientan a todo el grupo. En ese momento, Carmen saca de su billetera un papel escrito a mano donde se lee: ‘Nunca deben rendirse, juntos van a salir adelante’. Ella comenta que esa nota se la entregaron los voluntarios de la Cruz Roja en Bucaramanga y que hasta el día de hoy los usan para darse ánimos. ‘Estamos en Perú y hasta ahora los guardo para momentos especiales como este’.

‘En mi maleta llevo 76 años de vida’

‘Siempre pensé morir en Venezuela’, comenta Lidia, que con 76 años decidió embarcar su travesía hacia Perú. Cuenta que en su país dejó su casa, sus animales y su vida ‘Tengo osteoporosis y necesito mis medicamentos, allá no puedo conseguirlos’. Por ese motivo y para no angustiar más al mayor de sus dos hijos, Lidia optó por migrar y reencontrarse con sus familiares en la ciudad de Trujillo, en el norte del Perú.

Ella es viuda y dice gozar de salud salvo un eventual dolor de huesos que no le permite poder caminar por largas horas; sin embargo, cuenta que no comprende cómo ha sacado fuerza para poder realizar este viaje que ya va durando cinco días. ‘Algunas veces pienso que es mi esposo, el también migró desde Italia y toda la vida me contó historias de su aventura ¡Cómo me gustaría poder contarle todo lo que me está pasando a mí!’ declara Lidia quien viaja con su última nieta de 18 años, Cecilia. Ella cuenta que su abuela se cansa mucho, pero que es muy valiente, una guerrera. Además afirma que la ‘nona’, como la llaman sus nietos, debe mantener un tratamiento para controlar la osteoporosis y que su mayor deseo es cumplirlo, pero que todavía no cuentan con los recursos suficientes para comprar sus vitaminas y calcio.

“Hoy estoy más tranquila, aproveché en llevarla a hacerse su chequeo médico, tenía miedo que me dijeran que no estaba bien pero la doctora me ha dicho que está mejor que yo’ comenta entre risas Cecilia. En el puesto de salud de la Cruz Roja ellas pudieron hidratarse después de un largo viaje de 8 horas desde Ecuador, y además recibieron un kit de higiene.

‘Me han dicho que puedo llamar a mi hijo desde la Cruz Roja’, dice Lidia mientras desenrolla un papel donde tiene guardado el número de teléfono peruano del menor de sus descendientes. ‘Mi hijito va a saltar de alegría cuando sepa que estoy bien y que falta muy poco para poder estar junto a él’ cuenta Lidia muy emocionada.

La ‘nona’ ha decidido que no se dejará vencer, ‘He estado muy deprimida pero no me puedo dar el lujo de no hacer nada, este viaje para mí también es una prueba de lo que soy capaz de hacer por mi familia y lo más importante es que voy a dejar en alto el nombre de las mujeres venezolanas, nosotras ni con 76 años nos rendimos’.

Aprendiendo a ser mamá en un viaje jamás planeado

Yorely Alvarez tiene 24 años. Ella es madre de la pequeña Nayeli, que con tan solo un año ya recorrió tres países en seis días con el propósito de cambiar el rumbo de su historia. En su país, su hija fue diagnosticada con anemia y le indicaron que el peso de la bebe no era el adecuado para su edad.

Yorely decidió dejar su país con la esperanza de conseguir alimentos para su hija y poder reencontrarse con su esposo, quien migró a Perú meses antes ‘Yo podía quedarme sin comer, pero el día que no conseguí comida ni medicamentos para mi hija, decidí irme’. Esa fue la razón principal por la que cruzó la trocha por Cúcuta con su bebe en brazos y 4 bolsos.

‘Lo que más me entristece es haber dejado a mi mamá, nunca nos habíamos separado, además mi familia fue la última en enterarse que me iba’. En este viaje Yorely ha pasado varios días viviendo en la calle, situación que ha generado que su pequeña hija tenga problemas respiratorios. Hoy, ella y su bebe se encuentran en centro de atención de salud en el CEBAF esperando su turno para poder conocer qué tratamiento puede darle a la pequeña Nayeli.

‘Yo no sé nada de ser mamá, estoy aprendiendo mucho en este viaje’, comenta Yorely preocupada. Ella es una de las muchas madres primerizas que viajan solas con sus hijos en brazos. Cuenta que entre mamás se resguardan para cuidar a los bebes y las maletas. ‘Ahora me toca a mí poder ir a la Cruz Roja, cuando termine la consulta debo regresar para seguir cuidando los bolsos de todo el grupo y que otra de mis compañeras pueda venir con su hijo a pasar el despistaje. Nos las estamos ingeniando.’ detalla Yorely, mientras espera impaciente la llamada del doctor.

Ella se ha propuesto que llegará a la ciudad de Arequipa antes de fin de año para poder reencontrarse con el padre de su hija y que si es necesario pedirá apoyo en las calles para poder alimentarla. Pese a eso, agradece por lo poco que tiene. ‘Yo estoy esperando una cita con la doctora, imagínese cuánta gente no puede hacer eso, tengo que estar agradecida por lo poco tengo y por la gente que me ha ayudado en todo el transcurso del viaje, sin ellos no podría estar en Perú’.

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La Cruz Roja Peruana en respuesta a su mandato y en su rol auxiliar a los poderes públicos viene brindando, desde mayo a diciembre de 2018, más de 8,431 atenciones en salud, 997,500 litros de agua para servicios higiénicos y 366,800 litros en bidones para consumo, por otro lado más se realizaron más de 8,240 atenciones para el servicio de Restablecimiento de Contacto entre Familiares(RCF) que ofrece conexión Wifi, recarga de aparatos móviles y llamadas telefónicas de larga distancia y dentro del territorio peruano.

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