Jorge Sánchez Herrera – Nómena ArquitecturaArquitecto/Urbanistajorge@nomena-arquitectos.com
El pasado lunes desperté de buen ánimo. Algunas imágenes en redes daban cuenta de la desaparición del Cristo del Pacífico. ¡Al fin!, pensé, alguien tuvo los cojones de sacar el monumento de Odebrecht de nuestro Morro Solar. Pero con el correr del día me di con la desilusión de que se trataba de unas fotos trucadas, parte de la campaña ‘La corrupción no desaparece por arte de magia’, promovida por Proética en el marco de la reciente Cumbre de las Américas.
También soy católico, pero antes soy ciudadano. Y me revienta tener que ver -con el perdón de Yisus- esa escultura chata y regordeta cada vez que paso por Chorrillos. Porque, por más de que así nos lo vendieron, ese nada tiene que ver con el Cristo Redentor. Ni en sus proporciones, ni en su factura, ni en sus materiales, ni en su base, ni mucho menos en su ubicación, que corona imponentemente la cima del Cerro del Corcovado, abrazando Río de Janeiro.
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‘Nuestro’ Cristo está en cualquier lado, sobre una tosca base que es casi de su mismo tamaño. No sorprende, la verdad. Muchos políticos limeños, y algunos arquitectos también, ven nuestro paisaje desértico como un lienzo en blanco esperando ser rellenado.
El horror al vacío nos pide que urbanicemos la Isla San Lorenzo y que construyamos sobre los acantilados. ¿Por qué entendemos el Morro Solar, el remate de la gran bahía de Lima, como un depósito de antenas, pintas y monumentos? Supongo que por la misma razón que para nosotros la Panamericana Sur atraviesa un arenal que debe ser cubierto con calatas, helados gigantes y alfombras de ‘nieve’, en pleno verano. Mientras tanto, para cualquier gringo, ese mismo arenal parece un paisaje sacado de alguna película marciana.
No me opongo a que una escultura corone el Morro, ciertamente. Pero una cosa es la llamada Cruz del Papa, ubicada al borde de la bahía y, en poderoso mensaje de liberación, construida con restos de torres eléctricas derribadas por los terroristas; y otra este muñecón, fluorescente de noche y puesto simplemente donde cayó, construido con los poderosos dólares de la corrupción.
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