POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
Escribo esto antes del Armagedón. Si el Congreso más cuestionado de la historia (generoso en cvs llenos de mentiras, sentencias en contra, falsificaciones, condenas y procesos judiciales vigentes) vacó o no a PPK por incapacidad moral, es algo sobre lo que nosotros -a pesar de lo que quieran hacernos creer- no tenemos ya el más mínimo poder. Lo único que nos queda exigir ahora son las condiciones democráticas necesarias para que el gobierno se sacuda de una vez de su letargo y empiece a funcionar al menos un poquito. También que PPK haya aprendido la lección, sea cual sea su desenlace en la política: no se transa con un adversario que solo quiere destruirte. Nunca debió arrodillarse en esa capilla-trampa.
No se puede construir un país a punta de apagar incendios. Tarde o temprano se nos quema, si es que no lo está ya. ¿Qué hacer? ¿Basta con estar alertas y exigir información debidamente sustentada? ¿O con ser críticos sin ser tildados de pesimistas o antisistema? Toda reforma, todo avance, parte de cuestionamientos inteligentes, de preguntarse cómo mejorar. Quizá debamos asegurarnos de que muchos peruanos decentes se animen a trabajar para el Estado y empiecen a hacer política. Y también convencernos de que muchos ya lo hacen y lo hicieron desde hace mucho tiempo. Sí, hay peruanos que trabajan para el país y que son personas honestas que valoran más una conciencia limpia que una fortuna sucia. Pero lamentablemente, aún no son mayoría (y ya sabemos quiénes lo son). Por eso, en las próximas elecciones deberemos asegurarnos de llenar ese Congreso de gente íntegra y de sentar en el sillón presidencial a un líder honesto, empático y capaz. ¿Podremos? ¿Seguiremos teniendo que elegir al mal menor?
El camino está empedrado. Solo basta recordar los últimos presidentes que hemos tenido, todos ellos, además de torpes e ignorantes (sí, incluyendo al tan alucinado y supuesto genio de García) encerrados o perseguidos con cargos por enriquecimiento ilícito y otros crímenes peores (habla Alberto). Pero al menos, a diferencia de otros países de la región, igual o más corruptos que el nuestro, también sabemos que la justicia en nuestro país llega y lo impensable pasa. Va a llegar también el día en que las ratas gordas caigan. Lo apuesto.
Alguien me dijo hace poco que le daba vergüenza que cuatro presidentes del Perú pudieran estar presos juntos pronto. Entiendo el pudor, sobre todo porque desde fuera podrían vernos como lo que realmente somos: un país muy jovencito y corrupto que intenta crecer a pesar de todos los obstáculos geográficos, sociales y culturales. Pero eso somos y hay que tener la lucidez para aceptarlo. Así y todo, con la misma sensatez y frialdad, deberíamos ver el otro lado bajo la misma lupa. Al condenarse a las personas más poderosas del país, ¿no estamos también demostrando que a pesar de todo tenemos un poder judicial autónomo y expeditivo? Quiero creer que sí.
Finalmente, la moraleja de esta fábula llena de ratas podría ser algo así: El honor y la decencia son un tipo de poder mucho más duradero y valioso que el dinero.
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