POR VERÓNICA KLINGENBERGER Periodista @vklingenberger
Las malas noticias no son novedad pero últimamente parecen ser demasiadas y haber confabulado en contra de los que aún conservamos algo de decencia y sensibilidad. La sobreinformación del día a día -lo primero que hacemos al despertar es palpar la mesa de noche para asomarnos al horror a través de nuestros teléfonos inteligentes (y crueles)- solo consigue poner una lupa sobre la herida.
Aleppo como estampa del horror y el abandono absoluto del mundo. Neonazis gringos que gritan Heil Trump y rebuznan discursos sobre la supremacía de la raza blanca. Cantagallo y la solidaridad que se agota a las pocas semanas. El incendio en Larcomar como reflejo de la roñosería del gran empresario y la ineficacia de nuestras instituciones. En el Perú de hoy, la plata importa más que la vida. Más derrames de petróleo y más incendios forestales, más complots contra todo lo bueno, justo y digno, de parte de la peor calaña fujimorista. Y un largo etc. La corrección política de nuestro periodismo favorito ha tenido que dejar de mirarse el ombligo para mostrar la gran mancha bajo la alfombra.
Hace unos días, Barack Obama le aseguraba a un joven peruano en la Universidad Católica que el mundo, aunque no lo parezca, nunca estuvo mejor que ahora. Hay estadísticas que lo confirman: vivimos la época menos violenta de la historia, las minorías han ganado derechos básicos, la medicina y la ciencia han avanzado tremendamente permitiéndonos combatir enfermedades y vivir más y mejor, etcétera. Sin embargo, qué difícil es recuperar el entusiasmo y mantenerlo. El mal parece encontrar siempre una manera de volver a sobreponerse sobre cualquier batalla largamente peleada y ganada. Cómo no temer el regreso inevitable del fujimorismo, aunque pensándolo bien ¿no son ellos los que nos gobiernan? Cómo ignorar el gran daño que Castañeda (personaje moldeado a la perfección por los gobiernos de García y Fujimori) le hace y seguirá haciendo a una ciudad que podría ser la mejor de Sudamérica. Cómo no entristecerse con el daño constante a nuestra riqueza ambiental, arrasada por la minería ilegal y las petroleras ineptas. Cómo no renegar con el desprecio que muestra la mitad del país hacia la educación, la cultura, la convivencia y la decencia. El criollismo es un bebé de teta junto a este nuevo engendro social.
¿Y dónde está el piloto ante tanta turbulencia? Entiendo que no se puede arreglar todo en 100 días (ni en 200) pero el silencio del presidente y el canciller empieza a exasperarme. Ok, es difícil maniobrar una nave destartalada y tomada por piratas pero, al menos, ¿pueden decirnos algo? Necesitamos líderes que nos recuerden que la dignidad y los valores no son sinónimos de candidez o debilidad, sino las bases mínimas de sociedades más avanzadas y felices. Cuánto vamos a extrañar a Obama por eso.
Por ahora, como medida preventiva, habrá que contrarrestar las malas noticias con un poco de luz. Y habrá que defender a aquellos funcionarios públicos de lujo que el lumpen político y mediático quiere dañar: el ministro de Educación, Jaime Saavedra, y la directora de Concytec, Gisella Orjeda, por ejemplo. Habrá que plantarse y contrarrestar a esos necios que siempre quieren hacernos ir para atrás únicamente por su propio beneficio económico. Debemos detener las malas noticias o al menos balancearlas con todo lo bueno que hemos logrado hasta ahora. Y en esta lucha no hay izquierda ni derecha que importe, solo hay adelante o atrás. Elijamos bien hacia dónde queremos ir.