Del floro al discurso [OPINIÓN]

“El primer mensaje a la nación del presidente Pedro Pablo Kuczynski estuvo muy bien: fue claro y giró en torno a una gran idea: la gran modernización del país. Lamentablemente, no todos lo vieron así.”.

POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Le tenemos tanto miedo al floro que hemos dejado de creer en el discurso. El floro nos parece casi siempre una estafa; un montón de palabras alineadas con la única finalidad de tapar un gran vacío. Pero no todo discurso debería despertar nuestra desconfianza. ¿Al final no es esa la única manera que tenemos de transmitir una idea? ¿Y no es más poderosa una idea si el discurso que la sostiene es emotivo e inspirador?

Sin discurso – entendiéndolo como una serie de palabras y frases empleadas para manifestar lo que se piensa o siente- no hay entendimiento posible. Es el único medio que tenemos para vivir en democracia sin caer en la coima, la amenaza o la persecución política. Por eso, el Congreso es sinónimo de Parlamento y parlamentar, según la RAE, significa ‘entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia’. A ver si toman nota los amigos de Fuerza Popular.

La semana pasada, nos ha dado muy buenos discursos. La Convención Demócrata confirmó que la gran tradición de la oratoria estadounidense sigue en forma gracias, sobre todo, a Michelle Obama, Bill Clinton, Barack Obama y sus respectivos equipos de comunicación. La tradición no es solo Demócrata. Ahí está el Reagan desafiante en la puerta de Brandeburgo exigiendo a Gorbachov que tumbe el muro de Berlín en honor a la libertad. 29 meses después, el ruso le hizo caso. ¿Qué tuvieron todos ellos en común? Un equipo de primer nivel escribiendo y reescribiendo cada palabra hasta que todas ellas juntas se convirtieran en su mejor versión, en su voz más convincente.

En nuestro país, tan solemne o criollo, tan respetuoso o juguetón para decir las cosas, algo ha cambiado y hoy, casi cualquier cosa que se diga genera suspicacia, sobre todo en política. Prueba: uno de los políticos con mayor éxito es conocido como ‘el mudo’ y tiene 57% de aprobación solo por no decir nada.

El primer mensaje a la nación del presidente Pedro Pablo Kuczynski estuvo muy bien: fue claro y giró en torno a una gran idea: la gran modernización del país. Lamentablemente, no todos lo vieron así. A la congresista Lourdes Alcorta le hizo ‘recordar a Martin Luther King’; pero -si eso es posible- en el mal sentido.

Alcorta, quien representa a muchos otros congresistas y simpatizantes de Fuerza Popular, usó uno de los discursos más inspiradores de la historia como ejemplo de ‘ingenuidad’. En la mente de algunos solo caben calculadoras. O ideologías. Al parecer, lo que esperaban los más crí- ticos es que el presidente explicara cómo iba a lograr cada uno de los compromisos que expuso, algo que solo sería posible si en vez del mensaje a la nación se organizara un workshop de, mínimo, una semana.

Debemos recuperar el buen ejercicio de la palabra sin caer en la charlatanería ni la solemnidad. Tampoco confundamos a los buenos oradores con los chancones de turno: Sarah Palin era capaz de memorizar discursos enteros, Keiko Fujimori va por ahí.

Nuestros políticos harían bien en reclutar buenos escritores, profesionales capaces de detectar su esencia y transmitir sus planes e ideas a través de historias que nos inspiren. Y nuestros colegios deberían promover el debate, la oratoria y la redacción, verdaderas vitaminas del pensamiento crítico, la discusión y la democracia.

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