VERÓNICA KLINGENBERGER
En el Perú, todo se hace a última hora. Y elegir a nuestro próximo presidente no es algo que escape a la regla. Somos un país improvisado, que sobrevive a duras penas, y que a decir verdad, nunca ha tenido un horizonte muy despejado. Las encuestas, a tres meses de las elecciones, tienen la misma precisión que el horóscopo de la semana. Aunque como diría un amigo, son más bien una especie de ‘horroróscopo’. En las elecciones pasadas, por esta misma época, Humala ocupaba el cuarto puesto mientras Toledo estaba en la punta con más del 25% según las tres principales encuestadoras del país. Castañeda y Keiko se llevaban la medalla de plata y bronce, respectivamente. Dice mucho de nosotros que decidamos quién guiará a nuestro país durante los próximos cinco años una semana antes de las elecciones.
A estas alturas, no sé quiénes me caen peor, si los candidatos más importantes o los periodistas más influyentes, sobre todo cuando entrevistan a líderes de la izquierda o a lo que ellos consideran un candidato ‘chico’. Con ínfulas de bacanes y estilo atarantador (o insultantemente apático en el caso de los que pasan los 60 años), los líderes de opinión que tenemos siguen comprometidos con presentar una realidad sesgada, muy acorde a los intereses comerciales del medio para el que trabajan. Un poco de humildad mejoraría muchísimo su desempeño. Y un poco de silencio también, una cualidad tan poco marketeada hoy. Dos ideas al vuelo que de repente les sirven: es imposible elaborar buenas preguntas cuando solo sigues un guion. Los mejores entrevistadores son maestros en el arte de la repregunta y no hay buena repregunta si no dejas que tu entrevistado formule una respuesta.
Lourdes Flores Nano ha confirmado lo que cualquiera sospechaba. Que es ave de mal agüero y que siempre, no importa lo que haga o deje de hacer, perderá. Las razones darían para un divertido análisis sobre lo que el peruano simplemente no quiere, no quiere y no quiere. Pero lo que sorprende en toda esta historia es que Alan García , el gran zorro de la política peruana, el gran titiritero, haya podido cometer un error tan bobo.
El abandono constante produce el desinterés político que vivimos hoy. La verdad es que, por más triste que sea, a la gran mayoría de peruanos le da lo mismo quién sea su presidente porque la protección y el apoyo del Estado han sido mínimos desde que tengo memoria. Al final iremos a votar por el mal menor, o por la cara que más recordemos, solo por evitar la multa. Gane quien gane, tendremos que sobrevivir solos, como siempre, mientras otros se levantan en peso al país. Esa apatía electoral parece irreversible y es, finalmente, gran responsable de lo que nos toca.
Gane quien gane, al final la historia es siempre la misma: sálvese quien pueda, que Dios nos ayude, avancemos como se pueda mientras nos damos de empujones y tratamos de volver a nuestro pequeño país mental, ese que solo acepta amigos y familiares, los únicos peruanos a los que reconocemos como a iguales. El resto es caviar, facho, narco, pituquito, ignorante, huachafo, acomplejado y así. Cualquier posibilidad de debate ha sido asfixiada por ideologías radicales de un lado y del otro. La plata es lo único en lo que estamos de acuerdo.