Resoluciones 2016 (OPINIÓN)

Cada fin de año solemos enlistar todo aquello que prometemos cumplir a carta cabal para el año siguiente. ¿Simplemente nos autoengañamos? Nuestra columnista Verónica Klingenberger lo analiza

VERÓNICA KLINGENBERGER

Joey Adams, un famoso comediante nacido en Brooklyn hace 100 años, solía despedirse de su público deseándole que sus problemas duren tanto como sus resoluciones de Año Nuevo. Adams sabía bien que las promesas que hacemos cuando se termina un año sobreviven, con suerte, un par de semanas. Por ejemplo, una de mis resoluciones típicas es escribir mis resoluciones, pero ni siquiera puedo concretar eso. El Año Nuevo suele encontrarme empachada en alguna improvisada fiesta en la que todos parecen intoxicados y alegres porque dicen que el año que viene será tan bueno como el instante en que lo recibes. Pero también es cierto que la alegría puede ser sincera y tener muchas razones.

Las resoluciones personales de miles de personas, por ejemplo, deberían ser garantía de que el 2016 el mundo será un lugar mejor. Según una rápida investigación auspiciada por Google, las resoluciones más comunes se relacionan con mejorar la salud (perder peso, hacer deportes, comer mejor, beber menos, dejar de fumar) o mejorar en las finanzas (pagar deudas, ahorrar más). ¿Veré más películas, entraré menos a Facebook, comeré más sano, iré más seguido al dentista, leeré más libros, seré más paciente, escucharé más, hablaré menos, escribiré todos los días? Lo dudo. ¿Hay algo reconfortante en desear ser mejores y en establecer esa pauta temporal del Año Nuevo para volver a empezar? La respuesta tiene que ser sí.

Wikipedia muestra que de un 52% de personas convencidas de que su resolución será un éxito, solo el 12% logra sus objetivos. La cifra me parece devastadora, sobre todo por el grado de convencimiento que tenía el 40% restante. Además, no es por ser pesimistas, pero habría que revisar qué clase de promesas hicieron las personas incluidas en ese 12%, porque también es cierto que las metas que la mayoría se traza -o sea ese 88% en el que estamos todos nosotros incluidos- suelen ser ambiciosas y totales. ¿La clave del éxito está en hacerlas medianamente posibles? ¿No voy a leer 50 libros en el 2016 pero al menos uno al mes? ¿Mejor solo prometo acabar uno?

Para una amiga lo suficientemente ‘darks’, el 2015 ha sido un año tan lamentable que ya no tiene sentido hacer resoluciones para el 2016. Cualquier cosa que pase será mejor que lo que nos pasó este año. De todas formas, estas son mis resoluciones, solo para demostrar que al menos aún tengo la voluntad necesaria para elaborar otra de estas estúpidas listas:

1) No despotricaré sola (o con alguien) cada vez que vea a Alan, Keiko o Acuña en la tele. 2) No volveré a meterme al gimnasio y menos aún pagaré otros ocho meses por adelantado. 3) No asistiré a ningún matrimonio ni a otro evento social que me dé pereza (están advertidos, no es nada personal). 4) Combatiré con todas mis fuerzas la ‘reunionitis’ en el trabajo y cualquier otra tara corporativa que amenace mi ocio, gran responsable del pensamiento crítico y creativo. 5) Y evitaré por completo el intercambio de ‘ideas’ con simpatizantes del fujimorismo (antes me enervaba, hoy me entristece demasiado como para soportarlo). Vamos con esas cinco por ahora. Y que se acabe el maldito año de la cabra de una buena vez.

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