Cincuenta y seis por ciento de los estadounidenses encuestados en febrero por el Pew Research Center dijo que arrojar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki estaba justificado. En comparación, 79% de los japoneses piensan lo contrario.
Si no hubiera sido por la bomba atómica —según opinan muchos estadounidenses—, quizas cientos de miles, o incluso millones de soldados americanos habrían muerto durante la invasión a Japón dirigida por Estados Unidos.
En el museo nacional del Aire y del Espacio en Washington, las piezas en exposición son descritas con 150 palabras. Entre ellas, está el Enola Gay.
Es difícil pasar por alto este bombardero en el Centro Udvar-Hazi, donde comparte el hangar con otros aviones como el Air France Concorde, el prototipo original del Boeing 707 y el transbordador espacial Discovery.
El texto en su placa simplemente anota, sin mencionar la muerte y destrucción que causó: “El 6 de agosto de 1945, este B-29-45-MO fabricado por Martin dejó caer en Hiroshima, Japón, la primera bomba atómica utilizada en combate”.
Polémica en el museo
Hace veinte años, cuando estaba siendo restaurado, el Enola Gay se halló en el centro de una polémica entre excombatientes de la Segunda Guerra Mundial y una nueva generación de historiadores que cuestionaban el uso de “La Bomba”.
Los veteranos de guerra y sus partidarios en el Congreso afirmaban que una exposición que conmemoraba el 50 aniversario de la bomba, y en la que el Enola Gay era la atracción principal, mostraba a los combatientes japoneses “más como víctimas que como agresores”, escribía entonces John Correll, de la Asociación de la Fuerza Aérea.
“Un montón de mentiras”, decía también el general Paul Tibbets, comandante del Enola Gay. “Muchos están cuestionándose si era necesario usar las bombas atómicas. A ellos les digo: ¡Basta!”.
Para tratar de complacer a todos, el museo Smithsonian reformuló cinco veces su exposición “El fin de la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y la Guerra Fría”. La muestra se abrió finalmente en 1995 y se prolongó dos años, durante los cuales atrajo a cuatro millones de visitantes.
El evento fue reducido a su forma más simple: una exposición de los datos de la misión que no discute ni sus méritos ni sus cuestionamientos morales.
“No celebramos este artefacto. Lo tenemos aquí para mostrarlo”, dijo a la AFP Jeremy Kenney, curador de los aviones estadounidenses antiguos del Smithsonian, mientras caminaba por el puente peatonal que lleva a los visitantes al nivel de la cabina del Enola Gay.
“Tratamos de explicar lo más que podemos y permitir que la gente se forme su opinión”, añadió. “Como curador, es lo que puedo hacer”.
Militarmente inútil, moralmente condenable
Poco menos de 855.000 estadounidenses veteranos de la Segunda Guerra Mundial viven todavía. Dieciséis millones de ellos sirvieron en uniforme, pero 500 mueren cada día, según el museo nacional de la Segunda Guerra Mundial en Nueva Orleans (Luisiana, sur).
Este reducido número de excombatientes explica la falta de reacciones tras la inauguración hace unas semanas de una exposición en el American University Museum de Washington.
Allí se pueden ver 20 artefactos que sobrevivieron a los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki. Objetos que se suponía que iban a ser parte de la muestra del Smithsonian de 1995.
Entre estos objetos, que provienen de museos de las dos ciudades japonesas, hay un uniforme escolar quemado; un recipiente escolar para la merienda, también carbonizado; y una réplica de un reloj de pulsera detenido a las 8:15. Réplica, porque el original es demasiado frágil para ser transportado.
Peter Kuznick, profesor de historia de la American University y director del Instituto de Estudios Nucleares, contó a la AFP que hay documentos desclasificados, que datan incluso de 1945, en los que puede leerse que muchos altos comandantes estadounidenses consideraban que la bomba atómica era “militarmente innecesaria, moralmente condenable, o ambos”.