Por Verónica Klingenberger
La tragicomedia que produce, dirige y protagoniza Luis Castañeda Lossio promete alto rating y muchas temporadas.
La trama podría resumirse como el enfrentamiento más primario entre dos ideologías caricaturizadas. En una esquina, el alcalde de Lima. En la otra, Susana Villarán. Si estás de un lado, necesariamente debes despreciar el otro. Los primeros defienden la inmediatez, la obra en cemento y la maña para hacer cosas de cualquier manera, aunque ello suponga violar la ley una y otra vez. Los segundos defienden la institucionalidad, los programas a largo plazo, la obra como sinónimo de una mejor ciudadanía. El diálogo entre primeros y segundos es imposible.
Todo está polarizado. Si defiendes la cultura y la libertad eres un caviar. Pero si criticas el deplorable nivel del ciudadano promedio pueden confundirte con un facho… aunque también con un caviar porque aunque suene confuso todo depende de a quien tengas al frente. No hay mucho espacio para la razón y el debate. Cualquier opinión o juicio que tengas será inmediatamente aplastado con una etiqueta. Si piensas de tal modo, eres X. Si piensas de tal otro, eres Y. Si no piensas estarás a salvo.
No solo hay indignados de un lado y cínicos del otro. La realidad es aún peor. Castañeda es el político con mayor aprobación en décadas. 71% de limeños está de acuedo con el desprecio que muestra hacia cualquier reforma iniciada por la gestión anterior. Pero eso no debería sorprendernos. No hace falta tener una memoria prodigiosa (se los dice alguien que no se acuerda de nada últimamente) para recordar que Castañeda fue el político que desapareció 21 millones de soles (¡!) y el que cobró, aparte de su sueldo y sus gratis, el sueldo de presidente regional: en dos años, un total de 189.140 de soles en bonos por ejercer un cargo que legalmente no se distingue del de alcalde. ¡Su círculo más selecto está conformado por siete altos funcionarios investigados por lavado de dinero! Es el mismo alcalde que calculo 135 millones de dólares para la ejecución del Metropolitano, gastó el doble y se excusó diciendo que había auditorías aunque no las había visto. Durante la campaña no firmó un pacto ético (¡ja!) y solo concedió entrevistas arregladas (como ahora) en las que repetía un discurso elemental de paporreta. ‘Conciencia’ y ‘cristiano’ eran y siguen siendo los términos claves. Su abogado es el mismo abogado de Orión. Para él, destruir toda gestión cultural y borrar unos cuantos murales debe ser como aplastar una hormiga con el índice. Asombrarnos por eso sería como alarmarse porque un ladrón de bancos se robe un chupete en un autoservicio.
La podredumbre mental se ha instaurado en las esferas más altas del Estado y la empresa (los que gobiernan a Nadine y Humala). Y esa es la herencia más dañina del fujimorismo. Son los tiempos en que un congresista puede citar a Hitler para defender su homofobia y seguir ocupando un cargo público. Su partido no lo despide, los medios no lo condenan. Castañeda representa a una institución grotesca: la del desprecio hacia la formalidad, la legalidad y por supuesto cualquier forma de idea y libertad. Y esa institución es popular en el Perú de hoy.
¿Qué hacemos ahora los miembros de esa minoría indignada? Seguir alertas y críticios es una buena idea. Otra es pensar la política como algo más que un circo de freaks. Si tipos como él o como Julio Rosas, Juan Carlos Eguren, Carlos Tubino y Luis Condori, entre cientos (incluyendo al propio presidente de República), pueden ocupar un cargo público, ¿por qué no alguien decente y con cierto nivel de educación?