En 1857, el emperador Francisco José proclamó que Viena , capital de su reino, necesitaba un cambio de imagen radical. Algo acorde a la riqueza del Imperio Austro-Húngaro. Y este año, su obra maestra, el boulevard “Ringstrasse”, sopla 150 velas.
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Estos cinco kilómetros, donde se mezclan diferentes estilos, entre palacios, museos y edificios públicos, son considerados la “avenida más bella del mundo”, según su oficina de turismo.
Tras un decreto de Francisco José, se derribaron las murallas de la ciudad y se convocó a los mejores arquitectos de la época para que hicieran sus propuestas. El tema elegido fue “historicismo”. Rienda suelta a la imaginación de los diseñadores, y sin reparar en gastos.
Resultado: esta majestuosa avenida que se convirtió en el escenario de la época dorada de Viena. No es difícil imaginar andando entre estos edificios a la élite intelectual de la época.
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Y es que entre los que se refugiaron en sus cafés se encuentran el compositor Gustav Mahler, el artista Gustav Klimt y el padre del psicoanálisis Sigmund Freud.