“Papá, mamá, queredme, por favor”, reza una inscripción bajo la estatua de un querubín en lágrimas en el camposanto, situado junto a un cementerio convencional en una remota aldea a 20 kilómetros de Hue.
En ninguna de las 943 tumbas figura ningún nombre, tan solo aparece en cada crucifijo de piedra la fecha en la que fueron enterrados, ya que el momento preciso del aborto casi nunca se conoce.
“Dentro de cada tumba yacen más de 30 niños desconocidos porque no tenemos espacio. Al terminar agosto teníamos 44.509 fetos registrados. Los recogemos casi todos de los hospitales y las clínicas privadas donde las chicas abortan. Yo misma soy comadrona en un hospital público y me resulta sencillo conseguir información”, relata a Efe Nguyen Thi Ai, una de las responsables del lugar desde que fue construido en 1992.
Según relata Thi Ai, los restos de los fetos se guardan en una cajita de porcelana antes de ser enterrados por un equipo de doce voluntarios que también se encarga de pintar las pequeñas tumbas cada cierto tiempo y de evitar que la frondosa vegetación de los alrededores invada el lugar.
La partera explica que la mayoría son fetos cuya gestación fue interrumpida entre los tres y los cinco meses, casi siempre por un aborto voluntario.
“Son sobre todo estudiantes y chicas jóvenes que se quedan embarazadas y tienen miedo de la reacción de sus padres o de tener que criar a un hijo ellas solas. A menudo se arrepienten después, pero en el momento tienen demasiado miedo y vergüenza y deciden abortar”, explica la comadrona.
“Conozco a una joven de un pueblo pequeño. Lloró mucho tras su aborto, pero al poco tiempo volvió a quedarse embarazada. Estaba muy preocupada, pero la convencimos para que no abortara. En nuestro grupo intentamos apoyar a esas madres, darles una ayuda económica para que puedan tener al niño. Algunas son demasiado pobres y no pueden hacer frente a los gastos”, declara.
Si bien muchas ni siquiera llegan a saber que los fetos terminan enterrados en un cementerio, unas 30 madres acuden allí a rezar varias veces al año por los hijos que no llegaron a tener.
“En su mayoría son mujeres budistas que siguen el calendario lunar para hacer sus oraciones. Aunque sea un cementerio católico puede ir a rezar gente de todas las religiones”, asegura la voluntaria, consciente de que solo el 7 por ciento de la población vietnamita es católica.
Aunque en Vietnam la interrupción voluntaria del embarazo es legal hasta las 22 semanas de gestación, Nguyen Thi Ai denuncia que algunas clínicas privadas aceptan abortar fetos más desarrollados de manera discreta a cambio de dinero.
Los abortos selectivos por preferencia del varón siguen produciéndose en el país indochino, pero la partera asegura que se producen menos casos que en el pasado, ya que en teoría la ley prohíbe a los médicos revelar el sexo del feto.
Vietnam tiene la mayor tasa de abortos de Asia y una de las más altas del mundo: el 40 por ciento de los embarazos totales son interrumpidos cada año (dos tercios de forma voluntaria), según datos difundidos en una Conferencia de Ginecología en Hanoi el pasado mayo.
Cerca de 300.000 de las 1,5 millones de mujeres que abortan cada año son menores, según la Asociación Vietnamita para la Planificación Familiar.
El Gobierno de Hanoi ha llevado a cabo diversas campañas informativas para fomentar el uso de contraceptivos y para desincentivar el aborto, pero por el momento no ha obtenido los resultados esperados.