(Opinión) La tristeza del vampiro

“Jarmusch se ríe de Anne Rice y lleva al borde los clichés vampirescos sin perder de vista un tema tan ambicioso como el amor eterno. Ideal para recluirse en estos días de ruido electoral y mordiscos desalmados.”

Un vampiro y toda su languidez habitan un apartamento en un Detroit futurista. El vampiro se llama Adam ( Tom Hiddleston ) y es un músico de culto que ha optado por el claustro.

Luego de vivir cientos de años, Adam está sumergido en una profunda depresión por el rumbo que han tomado las cosas en el mundo de los ‘zombis’. Los zombis somos nosotros, ordinarios mortales. Adam es una especie de rockero refinado, un artista sensible y talentoso, que debe ingerir pequeños shots de sangre para sobrevivir (todos los vampiros deben hacerlo).

Cada vez que bebe una copa, flota en un éxtasis intenso y corto que funciona como único escape de la vulgar realidad. En este futuro cercano, los vampiros ya no muerden cuellos. Deben comprar la sangre clandestinamente, en clínicas o centros especializados, haciéndose pasar por doctores (Adam lleva una placa con la inscripción de ‘Dr. Fausto’). Aun así, las cosas no son más fáciles que antes, aunque los ataúdes parezcan mucho más cómodos.

La sangre de buena calidad es cada vez más difícil de conseguir e ingerir sangre contaminada puede matarte, incluso si eres un vampiro longevo. Pero Adam está tan triste que tiene otros planes. Carga una pistola con una bala de madera y ya podemos intuir lo que pretende.

Así de hipster es Jim Jarmusch, uno de los pioneros del cine independiente estadounidense y uno de mis cineastas favoritos. En Only lovers left alive (Solo los amantes sobreviven), su última película, hace un retrato indie-gótico del reclutamiento de una pareja. Porque Adam no está solo. Eve (Tilda Swinton en su versión más excéntrica) es su novia de todas las vidas. Ambos están profundamente ligados aunque vivan en ciudades distintas (una opción a considerar en un romance que sobrevive a los siglos de los siglos). Eve vive en Tánger, Marruecos, pero al descubrir las intenciones de su chico y su insondable tristeza, decide visitarlo a pesar del enorme costo que esa decisión significa. Los vampiros solo viajan de noche, esperas y conexiones incluidas.

De noche y con lentes de sol. Así, el amor encuentra fórmulas para sobrevivir conflictos existenciales (coexistir con idiotas, por ejemplo) y problemas más mundanos (evitar la luz del sol). La pareja baila al ritmo de la Motown en medio de la sala y justo cuando la tristeza amenaza con destruirlo todo.

También hace un tour en auto por la noche de Detroit (Adam le muestra la casa en la que creció Jack White), conversa sobre Einstein o Tesla sin parecer snobs (después de tantos años de vida algo tienes que aprender) y adivina todo sobre la vida de distintas guitarras solo con escuchar un rasgueo. Y poco a poco, con las cortinas cerradas y las caras pálidas, uno descubre que hay vida después de Twilight.

Jarmusch se ríe de Anne Rice y lleva al borde los clichés vampirescos sin perder de vista un tema tan ambicioso como el amor eterno. Ideal para recluirse en estos días de ruido electoral y mordiscos desalmados.

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