“La tierra no deja de temblar, a cada rato se nos mueve el piso, por eso dormimos fuera de las casas”, dice a la AFP Lila Gómez Mamani, pobladora de Pozo Almonte, una comuna vecina a Iquique de unos 7.000 habitantes muchos de los cuales se encuentran en carpas en un estadio.
En la noche del miércoles al jueves los remezones se sucedían. Y la ciudad fue sacudida por un nuevo terremoto de 7,6 grados de magnitud, seguido de réplicas menores.
Los habitantes, que pensaban que había pasado lo peor, volvieron a ser evacuados y cayeron nuevamente en la cruda realidad de vivir en la incertidumbre de un país altamente sísmico.
Miles de personas salieron de las áreas costeras para alojarse en zonas de seguridad luego de que el gobierno emitió una nueva alerta de tsunami que fue levantada pocas horas después.
Gómez Mamani, de unos 60 años, y su familia juntaron trozos de madera e improvisaron una fogata a un costado de una pequeña cancha de fútbol.
Lo mismo hicieron decenas de familias, que rodeaban el fuego para vencer el intenso frío, de entre ocho y diez grados centígrados en las noches.
“Es la segunda noche que dormimos acá, de ninguna manera vamos a volver a la casa”, dice la mujer, de origen indígena aymara, enfundada en un poncho y un chullo andino. “Todavía no hemos recibido ayuda”, se queja.
En Iquique, la ciudad más cercana al epicentro del sismo del martes, y en la aledaña Alto Hospicio, fallecieron por infarto y aplastamiento una mujer y cinco hombres, uno de ellos un ciudadano peruano.
– Neblina que endurece el frío –
“La noche es muy fría, sobre todo en la madrugada y lo que tememos es a la ‘camanchaca’”, dice al referirse a una temida neblina que viene del Pacífico y envuelve a la localidad con un manto de humedad “que endurece el frío”.
Pozo Almonte, un poblado con una fuerte presencia de indígenas quechuas y aymaras, está ubicada sobre los 1.500 metros sobre el nivel del mar y vive de las minas de cobre que rodean la zona.
Antes, en esta región, la actividad principal eran las salitreras.
La electricidad se fue con el terremoto y la gente pasa las noches en la oscuridad, iluminándose con fuego y alguna linterna.
Por el momento la población cuenta con alimentos, pero espera por ayuda para los próximos días.
“Lo que tenemos nos va a durar hasta el viernes, después puede haber problemas de abastecimiento”, afirma Carlos Cárdenas, que tiene a su familia viviendo en carpas.
El único lugar con luz en Pozo Almonte es el estadio de pasto sintético, que recibe energía gracias a un generador. Allí se han instalado unas treinta carpas. Algunos duermen en la cancha, pero en la madrugada autoridades municipales comenzaron la distribución de colchones, aunque no los suficientes.
Renac Zúñiga, del comité municipal de emergencia, señala que las autoridades hacen “esfuerzos para ayudar a la gente lo más rápido posible”, pero admite que con la sucesión de temblores la situación se ha desbordado.